Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
Cambio de sentido
Tal noche como la de hoy, en Sevilla, hace justo dos años, una inmensa minoría (cuatro gatos bajo la copa de un árbol menguante) se fue a la cama con el corazón en un puño. La suerte y la muerte estaba echada: la tala de un ficus sano y centenario en Triana, el de San Jacinto, programada con agosticidad y alevosía, estaba avanzada. Era mes inhábil judicial, lo que retardaba la llegada del auto del juez. Arrancar un ejemplar singular e histórico, con una masa arbórea equivalente a 15, casa de los pájaros, sombra y oxígeno del barrio, era efectivamente para mandarlo parar y así lo procuró la gente corriente, unos donnadies –a mucha honra– que lo consiguieron por lo contencioso y después por lo penal. Les dijeron de todo: ecologistas (ese insulto), desahogados, perroflautas, trianeras de pacotilla, anticlericales, a ver si protestáis por lo que yo diga y no por un árbol que casi mata a una persona. Las y los donnadies explicaron lo obvio: los árboles o los edificios no matan, mata la irresponsabilidad de quienes no los mantengan y dejen caer las ramas o los frisos; que no había que elegir o ficus o templo; que las razones de esta ablación de sombra y aire eran el egoísmo, la usura y el desprecio a lo que está vivo y es de todos. Se supo en toda España de aquel disparate detenido.
Quienes vivieron desde dentro el episodio supieron de lo humano en toda su acepción: hubo quienes entregaron horas y horas de su trabajo y talento, pusieron su cuerpo entre el hacha y la savia, y estuvieron ahí teniendo mucho que perder. Y también quienes vieron que tenían algo que ganar y no perdieron el salto para, en el nombre del ficus, barrer para adentro, verse más altos o negociar a espaldas de la plataforma ciudadana la retirada de la denuncia o un acuerdo con subvención incluida, nominativa y directa (un pastizal), a los mismos que mandaron apear el árbol. Homo sum, humani nihil a me alienum puto… muy puto. Al final, vencieron el bien y la razón comunes. O casi. El árbol se quedó, y no han parado de reclamar para él los cuidados prescritos, que llegan tardando. A la vista está.
Leo en estos días Las hijas árbol, un relato de Clasissa Pinkola sobre un árbol que talan y en su tocón reverdece el milagro de los vástagos. Eso dijo mi padre la mañana del 17 de agosto, cuando lo llamé para contarle que el ficus se había salvado: “Vivirá”. Mas cuando la muerte se administra lentamente no siempre gana la vida. Esta es la triste fábula que hoy nos cuenta el gran árbol de Triana.
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