Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
de poco un todo
ES la segunda vez que uso este título, que encima no es mío. Es de José Calvo-Sotelo y fue la frase que resumía su deseo de que España siguiese siendo una nación, incluso si tenía que caer, para conjurar las fuerzas centrípetas, en manos de las izquierdas. Como no tenía un pelo de rojo, aquella frase da idea de hasta dónde estaba dispuesto a sacrificarse por patriotismo. Luego, lo hicieron llegar más lejos. Pero eso forma parte de la historia de España, y se aleja de la intención este artículo. También de la del primero que escribí con este título, que fue justamente en la pasada Eurocopa, cuando la selección se encontró consigo misma, con la victoria y con este curioso nombre que no era el suyo, pero que se ha popularizado: la Roja. Me chocaba, pero lo di por bueno a la vista del entusiasmo nacional unánime que había despertado con su juego. Hay razones de mucho más fundamento para amar a esta vieja nación atribulada, pero si el fútbol iba a servirnos, menos daba una piedra. Más valía la Roja que rotos y en el banquillo. Podría repetirlo ahora ante esta nueva Eurocopa. Y ojalá la selección levante nuestros ánimos alicaídos y además nos dé, junto a muchas alegrías deportivas, una inyección de sentimiento patrio. Aunque esta vez nos haga menos falta esto que el levantamiento de ánimos, que, con este panorama, se parece bastante al levantamiento de pesos. Y no nos hace tanta falta porque, con los números rojos (la roja que tenemos encima ahora es más que nada contable), nos estamos apiñando. ¿Se han dado cuenta ustedes de que la angustia macroeconómica nos aprieta, además del cinturón de cada cual, a los compatriotas entre sí? Las autonomías empiezan a bajar sus humos y Esperanza Aguirre ya ha planteado la necesidad de devolver ciertas competencias cruciales, para crear economías de escala. Y lo mismo ha dicho nada menos que Durán i Lleida, aunque sacando a Cataluña de la cesta común. Son síntomas bastante claros.
Y bastante lógicos. Primero, por lo que argumentan los liberales, con Aguirre a la cabeza: las economías mayores son más fuertes y los mercados grandes con menos cortapisas generan más riqueza. Y segundo, por sentido común: tanto en las familias como en las comunidades, las desgracias nos humanizan, nos descomplican y, sobre todo, nos unen. Sabemos que todos los españoles vamos de la mano en la crisis. La prima de riesgo es una pariente nuestra y, por tanto, somos todos como poco contraprimos. ¿De la mano al abismo? Esperemos que no, pero adónde sea vamos juntos, y se nota. Más súbditos quizá de la ruina de España, que del Reino de ídem, aquí estamos. La crisis es una desgracia menor que el comunismo y de otra dimensión que un patriotismo (¡el de la nación más antigua de Europa!) cimentado en el fútbol; pero en el caso de los números rojos, como en los dos anteriores, siempre podemos suspirar: "Más vale roja que rota".
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