El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Veinticinco
Su propio afán
No creo en los Reyes Magos, porque la fe es creer en lo que no se ve, y yo llevo 55 mañanas de 6 de enero, una tras otra, asistiendo al prodigio. Por eso, hoy me acostaré nervioso e ilusionado. Hace 15 años, soñé, además, con Melchor o, mejor dicho, lo entreví. Me traía un cofre enorme y pesadísimo, casi aplastante. Cada regalazo que iba sacando venía con un cartel que informaba: “No lo necesitas”, y al leerlo, el regalo se esfumaba en el aire, plop, como una pompa de jabón. Yo sentía un creciente alivio, hasta que el cofre, convertido en una cajita minúscula, se desvanecía y yo quedaba pletórico de austeridad.
Desde entonces he esperado la visita sucesiva de Gaspar y Baltasar. Se lo están tomando con calma. He decidido, en consecuencia, soñar despierto. A fin de cuentas, Ernst Jünger nos advirtió de que “no fracasamos por culpa de nuestros sueños, sino por no soñarlos con suficiente intensidad”. Al mío le voy a dar toda la fuerza de la ensoñación. Entrecierro los ojos mientras escribo el artículo, y veo a Gaspar –que por Holanda ya se ve, que ya se ve– con un cofre todavía más grande que el de Melchor. Es inmenso, apabullante y, cada vez que lo vuelvo a mirar, ha vuelto a crecer.
Me lo arroja desde lejos. Cuando lo cojo al vuelo, me sorprende, esta vez, que no pesa nada de nada. El efecto produce una extrañeza onírica, pero mi ilusión no se desinfla. Lo abro corriendo y, oh, sorpresa, lo primero que sale, cual de una tarta de película, es mi mujer; luego, mis niños; antes, mis padres; también, mi perra Aspa y mi canario Levante, ladrando y cantando respectivamente; sale mi vespa, tumbándose en las curvas; salen mis libros… Ahora es al revés: cuantos más regalos saco del cofre más pesa, hasta que al final adquiere la densidad y las dimensiones del universo. “Oh, qué ilusión, Rey Gaspar, ¡me has regalado todo lo que tengo!”. “Así es, jovencito [lo de “jovencito” se entiende que es otro regalo de Reyes], ¿no dirás que no te gusta?”. “¡Me encanta, nada podía hacerme más ilusión!”. “Jo, jo, jo, –se ríe, con guasa, impostando a Santa Claus–, es mi regalo estrella, pero da gusto hacéroslo a los conservadores. Los progresistas no lo aprecian del todo…”. Pues sí que gasta guasa Gaspar, jo, jo, jo.
(Ya veremos el año que viene si Baltasar prefiere la visita onírica ortodoxa o el ensueño literario. De él depende, porque yo, de un modo u otro, sin el tercer cofre, no me quedo.)
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