Cambio de sentido
Carmen Camacho
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Su propio afán
LAS amenazas, los desafíos, los miedos y las urgencias que plantea y provoca el islamismo son tantos que se comprende cierta parálisis de columnistas y tertulianos. En parte, porque las diferencias de cosmovisión entre Occidente y el Islam son inmensas; en parte, por una cobardía inconsciente que nos invita no coger la media luna por los cuernos; en parte, por la prisa en la que vivimos, tan perfectamente compaginada con la pereza.
Tras los atentados de Túnez, Pérez Reverte los explicaba en un tuit. La estrategia islamista consiste, según el académico ilustre, en un cadena casual: a más atentados, menor turismo; a menor turismo, mayor pobreza; a mayor pobreza, más fanatismo religioso, que produce a su vez nuevos terroristas y atentados. Una espiral estratégica de crecimiento corporativo. El análisis, que en el campo de las consecuencias puede sostenerse, adolece de cierto simplismo en el de las intenciones del yihadismo, muy ajeno al determinismo económico que subyace.
El exitoso Manuel Jabois propone -en otro ejemplo de análisis apresurado de la prensa de estos días- un mundo sin Dios, nada menos. Sin Nadie en nombre del cual hacer atentados todos seríamos mejores. En el fondo, es una cabriola superficial del hondo sentimiento de culpa de Occidente. Se trata de la pulsión europea a pensar que la culpa del terrorismo es nuestra, o del colonialismo o de la prepotencia económica. Aquí, Jabois mete al Dios de los cristianos en el saco, de modo que, con un leve giro de muñeca, evita mentar a Alá y, en concreto, a una concepción de Alá. Para ello obvia de un plumazo (nunca mejor dicho) los avances humanos en todos los campos que la fe y la religión han traído a los hombres. Entre los que hay que contar la compasión y la misericordia. Convierte a Dios en la Gran Coartada, y a correr.
Yo inmediatamente recordé a los cristianos degollados en Túnez, que murieron rezando a su Dios y por no haber renegado de Él. Jabois, sin mala intención, les niega (en la medida de sus posibilidades) el mayor consuelo, la razón de su vida y de su muerte.
Entiendo mejor que nadie, ay, la dificultad de sostener una opinión diaria y sobre temas tan enrevesados, pero hay que hacer un poder. Situar a Dios en el bando de los terroristas, aunque sólo sea en el papel de cobertura moral, es tan injusto y peligroso como imaginar que los islamistas apenas hacen maquiavélicos cálculos economicistas.
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