La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Su propio afán
Ya he confesado alguna vez mi convencimiento de que yo haría un rico estupendo, a la vieja usanza. Mi sensación es que abundan los que no saben serlo. A veces pensé escribir un libro titulado Riquezas cuyo primer capítulo se titulase «Si yo fuese rico» y explicara qué cosas haría. El segundo capítulo sería «Aunque no sea rico» y en él analizaría la de actividades que hago ahora y que me ocupan todo el día y que no dejaría de hacer aunque fuese rico: iría a misa, leería, comería con mi familia igual (más ya no sería saludable), escribiría artículos y poemas, etc. Si fuese rico, tendría poco tiempo para hacer cosas de rico, porque la vida no me da tal y como me gusta. Por último, el tercer capítulo versaría sobre «Ya soy rico» y explicaría los enormes privilegios y placeres que tenemos ahora –oír una ópera de Mozart, una ducha caliente, un coche que me trae y me lleva– con los que ni los más grandes señores de la mayor parte de la historia pudieron soñar.
Pero mientras escribo o no ese libro, me preocupa Sánchez. Ahora quiere subir los impuestos a los ricos. Estoy en contra. No pensando en el rico que yo sería, porque de serlo, seguro que encontraba los modos de burlar las redes recaudatorias, sino por otros cuatro motivos, que enumero a continuación.
El primero es que cuando una política recaudatoria dice “rico”, lo que de verdad quiere decir es “clase media”. Cuando las barbas del rico anuncien que van a pelar, ten por seguro que te acabarán esquilmando a ti. El segundo motivo es que, aunque el Gobierno sólo le trincase dinero a los ricos, no me interesa que el poder disponga de más recursos, porque serán, de una forma u otra –o comprando votos o implementando nuevos controles– maneras de afianzarse sobre nosotros.
Mi tercer reparo repara en que, si los ricos no tienen dinero, ¿quién invertirá y creará esa riqueza que sólo es capaz de producir el sector privado? Cuando se pierde un rico, nos empobrecemos todos.
Y el cuarto argumento es que no compro esa demagogia de la envidia y la lucha de clases. Si hay un señor o una señora que tiene un Lamborghini, a mí, que no quiero un Lamborghini para nada, me parece estupendo, porque para gustos hay colores y porque de algo tendrán que vivir los trabajadores de Lamborghini. Jamás me convencerán de la bondad de una medida porque fastidia a otra persona, sea quien sea. Mi riqueza (de espíritu) me impide esa miseria (de corazón).
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