Enrique / García-Máiquez

Los sueños frágiles

Su propio afán

04 de abril 2016 - 01:00

NOS preocupan mucho las alteraciones del sueño que produce el cambio de hora y poco las alteraciones de nuestros sueños que provoca la época. Y los sueños son fundamentales: como las estrellas, nos ayudan a fijar el rumbo de la vida. Me lo ha recordado un enorme poema de Diego Álvarez Miguel, joven poeta que con Hidratante Olivia ganó el año pasado el premio Hiperión.

Se titula "No sé lo que me pasa" y cuenta, en burbujeantes versos, que últimamente se ha puesto a soñar con un sueldo astronómico, mujeres objeto complacientes, champagnes, lujos y disipaciones. Lo cuenta muy bien, pero, al final, canta: "… yo antes soñaba con tonterías,/ soñaba con que chicas agradables me quisieran,/ con un coche que no perdiera gasolina, una cerveza/ fría los domingos, un buen libro, una buena peli,/ con escribir de vez en cuando un buen poema".

Es un texto moral, porque nos advierte, entre sonrisas, de que nuestros sueños están amenazados por otros sueños más grandes y más estereotipados, del todo ajenos. Tanto la ficción, como denunció Cervantes en El Quijote y vemos en las series cada día, como los juegos de azar, cercan a nuestros humildes sueños ("tonterías", que dice el irónico Diego Álvarez Miguel) para que los cambiemos por otros rutilantes, pero ya extraños. Como estamos hechos del material de nuestros sueños, hemos de andarnos con cuidado, a poco instinto de conservación que tengamos, pues, si cambiamos de sueños, nos pueden estar cambiando el alma.

Los sueños que tenemos durante el sueño también son importantes y quizá una manera de controlarlos sea no adulterar los que tenemos durante el día. Contaba la baronesa Blixen de una tía suya que había tenido una vida difícil, pero siempre sueños hermosos, y se lo hizo grabar en la lápida. Es precioso porque, aunque la muerte fuese, en el peor de los casos, un sueño, ella ya albergaba hermosas esperanzas para la eternidad.

Conscientes de la fragilidad de nuestros sueños, hay que tenerlos claros y no malvenderlos a un Euromillón con bote ni al imaginario falaz de la publicidad. Y, mucho menos, permitir que la realidad, cumpliéndonoslos, nos los chafe. Eso no sería culpa de la realidad, la pobre, encima, sino de nosotros, desagradecidos. Si nuestras "tonterías" -aquella chica agradable, aquella buena peli, aquel poema de vez en cuando- se cumplen, exultemos de gozo. Un sueño cumplido no es un sueño perdido: es un sueño sólido.

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