Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Envío
Podemos imaginar a un rey, bisnieto de san Luis, hermano de un arzobispo igualmente santo, hombre de extraordinaria piedad personal y gran formación teológica escribiendo un tratado en el que se acuse al papa de herejía? ¿Podemos imaginar que ese papa, poco teólogo pero fino jurista y agudo político, acabe, en el lecho de muerte, reconociendo sus errores y renunciando a ellos? ¿Es posible que intelectuales de la talla de Guillermo de Ockham o Marsilio de Padua, fraile francisco el primero, médico y filósofo el segundo, católicos sin hesitación, pudieran escribir y denunciar durante años la actuación pontificia, sus intromisiones en los asuntos políticos y mundanos, su dudosa ortodoxia, su vocación autoritaria y que, no obstante, encontraran el apoyo y la protección de altas personalidades no menos cristianas? Sí, estos y otros no menos sorprendentes hechos, desde la óptica actual, fueron posibles en las primeras décadas del lejano siglo XIV, en un tiempo que presentamos como tenebroso pero que, a la vista de todo lo anterior, hemos de suponer dotado de una libertad de espíritu que ya quisiéramos hoy para enfrentarnos a los poderosos de este mundo.
Mientras en estos días me sumergía en aquellos procelosos tiempos gracias al pequeño congreso de medievalistas reunidos por el Instituto de Estudios Históricos del CEU bajo el reclamo del VII centenario de la aparición del Defensor Pacis, la obra cumbre de Marsilio, se precipitaban las revelaciones sobre la corrupción gubernamental investigada por la Guardia Civil. Hasta treinta personas del más estrecho círculo familiar y político de Sánchez están, según cierto diario madrileño, afectadas por graves escándalos y procedimientos judiciales. Uno solo de ellos, en un estado normal de cosas, hubiera debido provocar su dimisión en una democracia, como atestigua el reciente y cercano ejemplo de Antonio Costa, el primer ministro de Portugal. ¿Cuál hubiera sido la reacción de personajes del temple de Roberto de Nápoles, de Marsilio de Padua, de Guillermo de Ockham, de Dante, entre tantos otros? Que Sánchez pueda mantenerse en el poder, ante la mirada complaciente de un sector de la sociedad española, gracias al apoyo de partidos declaradamente enemigos de España y que activamente promueven todo lo que puede dañarla, me parece a mí peor que la más grave corrupción económica. Esa clase de corrupción que convierte en tiranía a un sistema político y obliga moralmente a su destrucción antes de que nos arrastre a todos.
También te puede interesar
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Por montera
Mariló Montero
Los tickets
El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La pesadilla andaluza