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Gafas de cerca
Tacho Rufino
¡Lo que saben las redes!
Su propio afán
Los resultados de las elecciones alemanas hay que mirarlos con lupa. Por la cuenta que nos trae: lo que haga el CDU (el partido popular alemán) es lo que replicará el PP de Feijóo con milimétrico mimetismo. Y Mertz, el líder de su cosa, ha dejado claro que no va a pactar de ninguna manera con AfD, más o menos el Vox de allá. La mayoría resultante de ese pacto sería enorme y, por tanto, reflejaría mejor la voluntad democrática, pero no. Los populares prefieren a los socialistas, como ya pasa en la Unión Europea.
Por muy engrasada que esté la cadena de transmisión, hay que puntualizar que el caso alemán no es equiparable al español. No es lo mismo la AfD que Vox, por las historias respectivas de Alemania y España en general y de ambos partidos en particular. Tampoco (y esto es esencial) son lo mismo los socialistas alemanes, tan formalitos, que nuestros podemizados sanchistas. Por último, en Alemania la Gran Coalición se ve con normalidad institucionalizada, mientras que en España, entre los votantes, se siente como un pacto contra natura tras años de azuzar el frentismo y la memoria histórica.
Eso, en España. En Alemania, aunque es un pacto pro natura teutona, puede ser la última torpeza de la CDU. Había prometido no pactar con AfD, pero también no hacerlo con los Verdes. A cuenta de la aritmética, tendrá que faltar a su palabra o por un cabo o por el otro. Lo hará por el cabo verde y será un error.
No podrá cumplir, de la mano de verdes y socialistas, sus promesas de reindustrialización y de orden en Alemania, que anhelan una mayoría de votantes. Pero, sobre todo, regala a la AfD el puesto de partido de la oposición. Por eso Tino Chrupalla, un dirigente de peso, proclama: «¡Ahora somos el centro político!». No porque sean centristas, claro, sino porque quedan en el centro de los focos y del debate. Les regalan una legislatura para recoger descontentos, afinar mensajes y formar cuadros. Les ofrecen una victoria a dos tiempos (la única a la que podían aspirar).
Para ello, con la boquita chica y apretada (escondiendo una sonrisa), Alice Weidel, la líder de AfD, ha tendido «la mano para formar gobierno con el fin de hacer realidad la voluntad del pueblo». Paradójicamente es lo que convendría a la CDU, que controlaría a su rival a la derecha. Y lo que no conviene a la AfD, que, sin embargo, se ofrece, confiando en que los dioses ciegan a quienes quieren –a la larga– arruinar.
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