Pedro M. Espinosa
¿Dónde están los tíos?
Desde hace meses tengo la desagradable sensación de que hay jugadores del Cádiz que aún no han aceptado que los máximos responsables del descenso a Segunda y de la espantosa temporada que están completando son ellos. Transitan por el terreno de juego con aires de superioridad, convencidos de que el trasunto de la historia no va con ellos. Que todo esto que le está pasando al club que les paga debe ser cosa del presidente, del vicepresidente o del que los alistó para la causa. Igual Vizcaíno, en su afán por salir al quite hasta ante el toro más bravo, ha malcriado a esta caterva de tipos que saltan al campo vestidos con la misma camiseta pero que en ningún caso puede considerarse un equipo. Decía Mourinho que para ser un gran equipo, antes hay que ser un equipo. El Cádiz no lo es. El Cádiz es una mala banda sin pizca de honor que ha encontrado en su presidente la mejor coartada para sentirse a salvo de las críticas de su hinchada. Porque si juegan mal, y jugar es un decir, los gritos siempre van en la misma dirección. Si pierden porque no corren, la diana está puesta en la cara del presidente. Que encima ha cometido el crimen de haber nacido en Sevilla. Imperdonable.
En el fútbol del siglo XXI es imposible ganar sin correr, sin intensidad, sin actitud. Escudarse ante decisiones más o menos acertadas de los dirigentes es una cobardía. Cuando el Cádiz pasó de Segunda B a Primera en poco tiempo fueron ellos los destinatarios de los elogios, los que eran recibidos como emperadores romanos que llegaban victoriosos de una campaña en las Galias. Los que ganan son los jugadores, pero los que pierden también. Es decir, a Segunda nos bajan estos tíos, y a Segunda B, o como demonios hayan bautizado ahora a la categoría innombrable, nos pueden bajar los mismos que posiblemente entonces se pongan fenomenales y proclamen que ellos no juegan ahí. Pues os diré una cosa, ahora mismo parecéis más un equipo de 1ª REF que otro recién descendido de una de las mejores Ligas del mundo. Estáis logrando lo peor que puede hacer un ser humano con otro: aburrirlo.
Dentro de todo este tsunami de tristeza que asola España y que le quita a uno hasta las ganas de ver un partido de fútbol, me resulta indignante que el Cádiz acabe un partido más sin disparar a puerta. Sexta derrota en Liga de un equipo que, discúlpenme, por nombres tiene una de las mejores plantillas de la categoría. Pero hay que correr señores. ¿Dónde están los tíos?, que decía el otro. ¿No queda nadie en el vestuario capaz de pegar cuatro voces? ¿Dónde están los herederos de Jose Mari o Negredo? ¿No hay un tío que tenga lo que hay que tener para demostrar que somos un equipo? Un equipo de verdad, solidario, entregado, profesional, un equipo intenso, que mete la pierna, que lucha, un equipo de Segunda División, que es lo que deberíamos ser, y no una sombra gris de aquel que proclamaba no hace tanto hasta en su autobús que La Lucha No Se Negocia.
No sé a ustedes, pero a mí me duele el Cádiz. He visto varias veces esta película y les aseguro que su final es horripilante. Lo digo por viejo, no por ser más listo que nadie. O se ponen a correr como condenados o nos vemos en el infierno. Porque esto no es el averno. Es una categoría donde el pastel es menor y la cuenta de beneficios mengua, donde hay que apretarse el cinturón, pero esto no es lo peor. Que le pregunten a la hinchada del Racing si lo está pasando mal en este campeonato. Lo que es indignante es ver que tu equipo no es un maldito equipo sino una caricatura.
Reconozco que, dentro de la decepción general y hasta un puntito de apatía que me despierta este Cádiz de mercenarios, Paco López es quien más me ha desilusionado. Cuando se anunció su fichaje me pareció una noticia extraordinaria. Pensé que era el hombre idóneo para llevarnos de vuelta a Primera. Me equivoqué. Es más, no soy partidario de despedir a entrenadores, pero reconozco que tras el partido ante el Málaga lo hubiera fulminado. El Cádiz acabó ese encuentro con una alineación impropia de un técnico de su experiencia. Más bien parecía que hubiera sido el mudo de los Hermanos Marx quien la hubiera ido dictando a golpe de bocina. Eso, unido a pérdidas de papeles, como la epidemia de rotaciones ante el Éibar, o la incomprensible preferencia por Iván Alejo en Gijón en lugar de un pelotero de la talla de Javi Ontiveros, ha terminado por confirmar uno de los mayores chascos futbolísticos que me he llevado en mi vida.
El Cádiz se hunde señores, y sólo ustedes pueden salvarlo. Ustedes. Déjense de pamplinas de remar todos en la misma dirección, de que si la prensa no ayuda, de si el entorno es nocivo, del jugador número 12 y supercherías por el estilo. Dejen de esconderse detrás de las anchas espaldas del presidente y den la cara. Demuestren que en ese vestuarios todavía queda una pizca de orgullo.
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