Enrique García-Máiquez

Triple salto mortal

Su propio afán

06 de octubre 2024 - 03:05

Nos habían metido muchísimo miedo con la adolescencia, pero nadie nos había explicado cómo subiría el nivel de nuestras conversaciones. No digo el nivel de voz, qué va, sino el de temas y reflexiones. Mi hija está estudiando en el colegio la diferencia entre el Estado y la Nación. Los conceptos los traía clarísimos, salvo una cosa.

Lo oscuros que son y las oscuridades que convocan. No nos terminamos de poner de acuerdo con lo que sea una nación: si una etnia o una lengua o una cultura o un difuso acuerdo común o una unidad de destino o el magma de un Estado. A lo que hay que sumar la pretensión o no de que toda nación tenga un Estado propio. Si encadenamos silogismos, podemos pegar(nos) un triple salto mortal: la nación es lo que yo diga, primero; y digo que es una lengua propia, dos; y tres, alehop, tiene derecho a un Estado.

Esa situación está a la orden del día, por ejemplo, entre los nacionalistas que pactan con el Gobierno de España y que, ya reconocida la nacionalidad que a ellos les gusta, ahora quieren 1) imponérsela a sus convecinos y 2) ir ganando más y más herramientas estatales, desde los impuestos a las embajadas, hasta la estatificación final.

A mis hijos y a mí nos gustan mucho las naciones, hemos concluido, incluyendo las superpuestas, las dobles o triples y las imaginarias. Nuestro triple salto es moral. Nuestra nacionalidad es estanca de la nacionalidad que quiera sentir el vecino y de la organización político–jurídica del Estado. Nos gustaba muchísimo el Imperio Austrohúngaro, con su exquisito ramillete de naciones bien avenidas, y nuestra nación (a efectos de convencimiento personal) es la Monarquía Hispánica, aunque estatalmente esté ineficazmente dividida en veintitantos estados, bastantes en muy mal estado.

Puede que un mexicano no se sienta para nada compatriota mío, y me parece bien; y otro sí, y me parece mejor, pero yo los veré a ambos como connacionales, sin ánimo de ofender al primero. A fin de cuentas, también me siento ciudadano del Imperio Romano. La caída de Roma es una desgracia de la que todavía no me he repuesto. A lo que yo llamo doble nacionalidad, lo llama Nacho Raggio “Mediterráneo Moral”, y nos vale. Mi saudade por Portugal casi vale como otra nacionalidad del espíritu, aunque estatalmente no tenga nada que hacer. Y así. Comprendo que todo es complicado, pero no para mis adolescentes y para mí. Su madre nos deja hablar, y sonríe.

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