La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
La Rayuela
Ya sea por el voto oculto o por un nuevo y estrepitoso fracaso de las encuestas, Donald Trump ha hecho historia y ha sorprendido al mundo, no tanto por la victoria en las elecciones de su país, como por el modo arrasador en que la ha conseguido. Pese a haber basado su campaña en el histrionismo y en mensajes tan racistas como absurdos, pese a ser ya un delincuente convicto y una clara amenaza para la igualdad de sexos y clases, recuperará la Presidencia de Estados Unidos con un respaldo masivo de los votantes de la gran potencia mundial. Un resultado incontestable.
Si hace ocho años los europeos mirábamos con cierta suficiencia a los estadounidenses al ver como se dejaban embaucar por semejante trilero, hoy no estamos en el viejo continente en condiciones de dar lecciones de cultura democrática y antipopulismo. Partidos de ultraderecha, con discursos xenófobos, nacionalistas y partidarios de la autarquía campan por Europa con un éxito considerable. El germen es el mismo que al otro lado del charco: descontento social por la inmigración, la subida de los precios y la guerra.
En España, más allá del sistema de partidos, también surgen cada día como setas esos personajes minitrump, que al calor del desapego ciudadano por los políticos convencionales aprovechan el altavoz de las redes sociales para sembrar la desconfianza en el sistema democrático. Se erigen como defensores de la presunta libertad, palabra cada día más desvirtuada.
Al fango de Valencia han acudido todos ellos como las moscas a la miel. Pero uno de ellos ha quedado ridículamente retratado cuando lo pillaron rebozándose en el lodo para darle más realismo a su directo televisivo. Es un tal Rubén Gisbert, que se presenta como jurista pero resulta que las Artes Escénicas son los estudios universitarios que ha completado tras abandonar la carrera de Historia.
En febrero pasado, con motivo del 20F, este “revolucionario de la libertad” participó en una concurrida conferencia en la Facultad de Derecho de Granada. El hilo argumental era denunciar la mentira que a su juicio ha imperado en España durante todos los años de democracia y la necesidad de aplicar la honestidad y los principios para combatirla. “Ya no hay pudor para mentir”, llegó a decir en Granada. Los vecinos de Catarroja que lo han inmortalizado pintándose de barro a propósito debieron de pensar lo mismo.
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