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Por montera
Mariló Montero
Tres hombres, tres
Su propio afán
En defensa del realismo político, arranca mi admirado Hughes: “El mundo ideal para mí sería un mundo en que el Imperio español rigiese en todo el planeta y hubiera una paz perpetua, y todos habláramos como Góngora o, al menos, como Cervantes; pero…”. Musito “amén” al tiempo que pego un respingo. ¿Cómo sabe este genio de Hughes lo que yo estaba pensando exactamente? Ante la geopolítica, no dejo de recitarme a Góngora y Argote: “Traten otros del gobierno/ del mundo y sus monarquías,/ mientras gobiernan mis días/ mantequillas y pan tierno,/ y las mañanas de invierno/ naranjada y aguardiente,/ y ríase la gente”.
Es una tentación con ilustres predecesores. Dante, desengañado, se reconocía único miembro de su partido político, en plan Unamuno, abominando de los hunos y los hotros. Tentación que renace viendo que Donald Trump, que tantas cosas está haciendo tan bien, se revuelve en la política internacional para darle la razón –¿en todo?– al invasor de Ucrania. (También reconoció el Sahara a Marruecos.)
Mis amigos siempre me han animado a hablar más que nada de pájaros y flores. Ahora insisten. Sin embargo, si uno ha aplaudido algo, ha adquirido el deber de silbar, si “otro algo” no le convence. Distinto sería si me hubiese dedicado desde el principio, ay, a las mantequillas y al pan tierno.
Toca, por tanto, el pan duro de decir que, aunque me parece de maravilla que se exija a Europa una responsabilidad mayor en su defensa y una asunción de su soberanía y que se le echen en cara sus errores, lo de abandonar a Ucrania a su suerte y con tanto desdén, por muchas razones geopolíticas que se puedan aducir, no lo habría hecho el Imperio español. Decía Hughes que, si uno no puede hablar como Góngora, que lo haga al menos como Cervantes. A eso me apunto, salvando las distancias, esto es, a no dejar nunca de sentirnos cercanos de los débiles y de los perdedores y a no malvender los principios ni aunque el tiempo los haya arrumbado y llenado de óxido.
Hacer un seguidismo ciego de Trump, sin pensar en nuestros intereses ni atender a nuestras conciencias, es prestar, además, un flaco favor a la causa conservadora. El socialismo no sobrevivirá a Sánchez de tanto como se han tragado sus ocurrencias y sus bandazos. Los conservadores tendremos que hacer estos años muchas disquisiciones, entre aplausos –que nos afearán unos– y reparos –que nos afearán otros–, para conservar el conservadurismo.
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