Brindis al sol
Alberto González Troyano
Retorno de Páramo
perversiones gastronómicas
Julio Biosca renunció el pasado mes de diciembre a la estrella Michelín de su restaurante en una pequeña localidad de Valencia, Fontanars dels Alforins. Años atrás Casa Julio, una antigua fonda de viajeros fue evolucionando hasta que la famosa guía francesa la incluyó entre sus establecimientos distinguidos. Todo iba bien hasta que Julio explotó. Julio no dormía. Con la Estrella Michelín solo "entra tontería por esa puerta y todo el mundo te dice que eres el mejor" sostuvo el propietario. Cambiar de opinión es una sana costumbre. El valenciano le ha dado la vuelta al negocio. Su renuncia lo ha convertido en algo mucho más atractivo y divertido.
El exceso de sofisticación está matando la gastronomía. El afán desclasado de imitar comportamientos del lujo y la grandilocuencia conducen hacia el ridículo. El poder de lo simple y lo sencillo siempre ha sido un camino lleno de coherencia y sentido común. El prestigioso escritor Jack Trout es un defensor de la fórmula KISS (Keep it simple, stupid), que sostiene como los traficantes de la confusión lo complican todo cuando realmente la simplificación de los mensajes ayuda a su comprensión y lo hacen accesible a todos.
Muchos creen que acumulando estrellas se alcanza más distinción y prestigio en una absurda espiral estrellada que ha demostrado como los restaurantes de la famosa guía francesa no son rentables en sí mismos aunque sí lo son los honorarios que los Chefs reciben por sus barrocas puestas en escenas, algunas más cercanas al Teatro Chino de Manolita Chen.
Si queremos encontrar naturalidad y coherencia en esta ciudad vayan a la Primera de Labra. Es el establecimiento más antiguo de la ciudad abierto desde el siglo XIX. El mismo Antonio López, fundador de la Compañía Trasatlántica trabajó como chicuco antes de embarcar para La Habana en 1830.
La Primera de Labra es la última casa de comidas. Se encuentra en la confluencia de las calles Antonio López y Doctor Zurita y es un espacio único lleno de influjo aduanero, de sencillez bien entendida y de buen hacer. El local se divide en dos partes bien diferenciadas: la barra y un pequeño salón con varias mesas donde se dan menús del día a ocho euros, con una extensa lista de guisos diarios.
Sus actuales propietarios desde 1972 son una familia unida: los hermanos Ignacio, Óscar, Josefa y Carmen Ramírez ofrecen desayunos y comidas caseras. Su venerada ensaladilla, los boquerones fritos, el menudo y el arroz de paella diarios. Una amplia carta entre la que se encuentra la carne al toro, el pollo al ajillo, el pescado frito o el guiso de papas con marrajo. No se pueden tomar unas lentejas con babetas más auténticas en toda la Bahía. No esperen lujos, solo autenticidad y cariño al cliente.
El establecimiento tiene una inteligente clientela de años que conoce el valor de una tertulia en la barra a la hora del aperitivo como la que mantienen los reporteros Fernando Santiago, Salvador Celada, Joaquín Malia o Pepe Baena.
Ignacio Ramírez evoca con melancolía los años setenta y ochenta que se fueron, cuando por la Plaza de España pasaba el tranvía y era un hervidero de actividad laboral con las contratas de Astilleros, los empleados de Anglada o de Canal Sur que llenaban el salón comedor. Hoy conserva un sabor especial. Las vigas del techo, la cuidada selección de botellitas del salón y un panel de billetes del mundo jalonan sus paredes. No se cómo lo hacen pero siempre que vas hay ambiente. Hay calor humano. Comparten mesa trabajadores de mono azul con apoderados bancarios, funcionarios públicos o cruceristas.
Saboreen la Primera de Labra. Renuncien a las estrellas. Disfruten de la sencillez en tanto puedan comprenderla.
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