Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
de todo un poco
ENTRE la entrega de un artículo y su lectura pasan unas horas en las que puede pasar de todo. Coincidiendo esta vez con el inicio del cónclave y sus primeras votaciones, cabe la posibilidad de que yo esté escribiendo estas líneas bajo la sombra de la sede vacante y que usted las lea a luz de la fumata blanca. O aún no.
Pero, como dijo Hölderlin, "allí donde está el peligro está la salvación". Este retraso de la prensa de papel con respecto a otros medios de comunicación retrata más atinadamente la realidad de las cosas, y deja un espacio muy valioso para la reflexión. La celeridad de las páginas de internet, Twitter, los sms, la radio y la televisión en directo nos puede dar la sensación de que nos enteramos de los acontecimientos al instante cuando en verdad nos estamos distrayendo.
Para seguir el cónclave al milímetro, participemos en él. Si nos importa es porque tenemos fe; así que también hemos de recordar que creemos en el poder de la oración, y rezar intensamente por la elección del nuevo Papa. Nuestros rezos irán de inmediato a iluminar las decisiones y fortalecer los ánimos de los cardenales. No habrá puertas ni llaves ni inhibidores que impidan que nuestra oración esté presente en Roma, en cada votación, a cada momento, junto a todo elector.
Un poco de fe, y qué vértigo inmenso. Quien cree que Dios escucha nuestras oraciones y que nos las pide, siente sobre sus hombros la inmensa responsabilidad del universo. Esto tiene una importancia antropológica y cultural incalculable, pues no hay verdadera libertad sin responsabilidad. La política y la sociología tienden a poner en evidencia constantemente nuestra insignificancia, considerándonos carne de estadística, como mucho. Estar convencidos de que la oración influye en los asuntos pequeños y en los grandes y en los cósmicos, eleva nuestra dignidad de una manera fácil de comprender incluso por quien no tenga fe.
¿Por qué no rezamos, entonces, todo el día? O por frivolidad defensiva, porque el ser humano no puede soportar demasiada realidad, como diagnosticó T. S. Eliot; o por todo lo contrario: porque todas nuestras realidades, vividas ante Dios, se convierten en una oración incesante, junto a la oración propiamente dicha. Que en estos días, en estas horas, en estos minutos sea así. No estaremos sólo informándonos sobre el cónclave, sino que estaremos conformándolo desde dentro, desde nuestros adentros.
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