La colmena
Magdalena Trillo
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Uno de los temas que frecuentó el profesor Valdivieso fue el expolio francés durante la Guerra de la Independencia. En el prólogo que antepuso a la reedición de la obra de Gómez Ímaz, Inventario de los cuadros sustraídos por el gobierno intruso de Sevilla, Valdivieso mostraba un minucioso conocimiento de la cuestión, así como una viva impotencia por su carácter irreversible. Tanto tiempo después, el resultado de aquel expolio adorna las paredes de un buen número de museos –y de domicilios particulares– a ambos lados del Atlántico. Esta fabulosa merma cultural volvió a recordarla don Enrique Valdivieso en la presentación/reedición de su monografía dedicada a Pedro de Campaña, el martes pasado, en la Academia Sevillana de Buenas Letras. Y no por casualidad. Murillo quiso enterrarse a los pies del Descendimiento de Pedro de Campaña que se hallaba en la antigua iglesia de Santa Cruz, derribada en 1811, durante la jefatura del mariscal Soult, duque de Dalmacia.
Algo similar ocurrió con Velázquez, enterrado en la iglesia de San Juan, junto al Alcázar de Madrid, e igualmente derribada por los franceses. Lo cierto es que “la presa napoleónica” afectó a toda Europa, y que el daño infligido al patrimonio español fue muy superior al recordado por Gómez Ímaz, finalizando el XIX. A la vasta predación de Soult, Sebastiani, Quillet, Denon y un buen número de altos mandos del Ejército ocupante, hay que añadir el latrocinio del propio José Bonaparte; latrocinio cuyos frutos emigraron con él a Estados Unidos, con una excepción de importancia: durante su huida, José Bonaparte abandonó en Navarra 165 cuadros, algunos de ellos excelentes (Velázquez, Murillo, Brueghel, Teniers, Correggio...) que Wellington recuperó y almacenó en Londres, para su futura devolución, y que Fernando VII le regaló al militar irlandés en gratitud por su delicadeza.
Como sabemos, la parte recuperada del expolio hubo de obtenerse por las armas. Fueron el capitán Miniussir, junto al pintor Francisco Lacoma, quienes por orden del general Álava, y apoyados por una breve tropa cedida por Wellington, entraron a viva fuerza en el Louvre y rescataron 284 cuadros y algo más de cien objetos que saldrían de París, con destino a España, en noviembre de 1815. Hemos sabido ahora que el profesor Valdivieso proyectaba una exposición con algunas de las obras expoliadas durante la francesada. Sin duda, la continuidad de tal empeño sería un adecuado homenaje, de fuerte significación cultural e histórica, a la figura de don Enrique Valdivieso.
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