La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Creo que la gastronomía de Puerto Real es una de las más infravaloradas de la provincia de Cádiz. Nunca se ha valorado lo suficiente a pesar de que es una de las ciudades, bajo mi punto de vista, donde mejor se come de la Bahía de Cádiz,, sobre todo, cuando hablamos de pescado.
Recuerdo que mi padre, que me inoculó esta pasión que tengo por los bares, nos llevaba hasta Puerto Real en el ferrobús para visitar algunas de las ventas de aquella localidad, sobre todo al Chato donde yo me volvía turulato con aquellos lenguados de tamaño barco de Astilleros que se paseaban por las mesas.
A mi padre le hablaron de un sitio en Puerto Real, de una venta, donde ponían buenos guisos y hasta allí nos llevó, tentándome con que la caminata valdría la pena porque ponían un buen cazón en adobo, y el sabía que yo por una tajá de cazón era capaz de cualquier cosa.
Desde entonces, y muchas veces con amigos y compañeros de trabajo he visitado bastante el Caballo Negro de Puerto Real, una venta de esas sin pamplinas, de las que servían raciones abundantes en fuentes ovaladas de Duralex.
Su fundador, Juan Sánchez García, ha fallecido hace unos días víctima del coronavirus a los 82 años, según señalaba en su detallada crónica Cristóbal Perdigones. Es una persona que ha salido bastante poco en esos recuadros que nos gusta escribir a los periodistas elogiando a los hosteleros, pero él fue uno de los que más contribuyó a hacer crecer ese "turismo gastronómico" que hacía la gente de Cádiz hasta su vecino de más allá del puente, cuando eso del gastroturismo y los "palabros" que hemos creado no existían.
A su venta, El Caballo Negro, se le deben versiones memorables de sus conocidísimos garbanzos con langostinos, uno de los pioneros en esto de los potajes marineros, pero no se quedaban atrás tampoco las almejas a la marinera que servían o su pescado frito. Practicaban también algo poco habitual por entonces que era la cocina de caza.
Juan se ha marchado sin que sus conciudadanos le hayamos aplaudido lo que merece, por haber contribuido tantas veces a hacernos felices delante de una mesa, algo que no se valora como arte, pero que lo es. Mi aplauso de las ocho de la tarde de hoy, me van a permitir que vaya para él.
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