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Verdaderamente, pocos asuntos tan apasionantes como la verdad. Oírla, decirla, vivirla, amarla. No es fácil ni por lo intelectual ni por lo pragmático. Sin embargo, es mucho lo que nos jugamos: imposible arraigar en la realidad engañándonos ni vivir una vida buena. Tanto, que en Atenas los aristócratas no se definían a sí mismos por lo añil de su sangre o la pujanza de sus patrimonios, sino como «nosotros, los veraces». En el Bushido, o código de los samuráis, la mentira está muy mal vista, aunque no por un juicio moral, qué va. Se la considera una cobardía. El mentiroso es uno que se esconde o que no asume una responsabilidad. Shakespeare -a través de Harry «Hotspur» Percy- nos da el consejo definitivo: «Di la verdad y avergüenza al diablo».
La cuestión no es simple, sin embargo, porque, como ha analizado Manuel Toscano, «la mentira es un viejo rompecabezas filosófico», cercada de fenómenos próximos, pero distintos, como el disimulo, el fingimiento o la imaginación. JRJ también veía los claroscuros cuando distinguió: «El poeta puede mentir en la imajen, no en el pensamiento ni el sentimiento». Nadie más comprometido con la verdad que el escritor de raza, pero sus instrumentos paradójicos son la invención y los más esquivos recursos retóricos. Antonio Machado lo supo: «Se miente más de la cuenta/ por falta de fantasía:/ también la verdad se inventa». Según Luis Rosales, «como la verdad es retrospectiva, tienes que andarla y desandarla hasta cerrar el círculo».
El lector perspicaz habrá descubierto que desde el principio pensaba en los Reyes Magos que esta noche esperamos; nuestros niños con más fe que nadie. No podía revelar del todo el asunto hasta este discreto tercer párrafo al que sólo llegan los audaces. Pero llegamos con la tarea hecha: sabemos la importancia de la verdad, su complejidad, la utilidad de la fantasía y que la verdad puede ser retrospectiva y hasta perspectiva.
Por tanto, lo fundamental de la noche de Reyes es hacerla tan honda como para que no haya engaño. Que seamos, en efecto, Reyes Magos, cargados de regalos, sí, y siguiendo, sobre todo, la estrella y arrodillándonos, antes que nada, ante el Niño. Mucho más grave que un poco de consumismo (al fin y al cabo, Melchor traía oro), sería que esta noche fuese falsa. Eso no nos lo podemos permitir. Seamos magos y majestuosos. Lo suyo sería serlo todo el año; pero esta noche es imprescindible.
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