Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
LEEMOS la noticia de la "Operación Sextante", con 22 detenidos y 851 imputados de media España y un montón de títulos de capitán y patrón de yate falsos, y salta el Jardiel Poncela que uno lleva dentro: "Pero, ¿hubo alguna vez once mil yates?" Me hago la pregunta retórica tan alto que un señor que pasa y que resulta ser un capitán de yate auténtico me explica que la mayoría de los títulos son de motos náuticas y otras embarcaciones menores, que exigen un solo examen, más fácilmente falsificable. Agradezco la información, aunque me obliga a cambiar el rumbo del artículo.
Siempre nos quedará la canción del pirata, a lo Espronceda, o sea, la simpatía anarquistoide tan hispánica por el que burla el reglamento. Además, la burla, si se da en la mar, ácrata por naturaleza, parece menos grave que en tierra firme. Pero el capitán de yate, ejerciendo su autoridad, vuelve a intervenir: "¡No es asunto de broma éste, grumete! Observa que el mar está peligrosamente inundado de indocumentados (documentados falsos, para ser más precisos, le apostillo) que no conocen las reglas básicas de la navegación. Suena uno la sirena, y se piensan que es un saludo saleroso, y es que no se conocen el código ni de oídas…" Como donde hay patrón no manda marinero, vuelvo a cambiar de rumbo, muy serio.
El filósofo René Girard haría una observación que no creo que pueda objetarme nuestro pragmático capitán. Marea la cantidad de gente que estaba involucrada en este fraude, desde los paganos hasta los presidentes de algunas federaciones, pasando por una tupida red de intermediarios, examinadores y organismos públicos. Cuánto me gustaría saber qué opinaban ellos en la barra del bar (de un club náutico, supongo) de la corrupción de los políticos. Se mostrarían indignados. Focalizar la ira por la corrupción en el que pillan y no mirar ni siquiera un segundo para dentro es un vicio sistémico de nuestra sociedad. Que quizá explique por qué la corrupción no termina de pasar factura en las urnas.
Pero me resisto a rematar mi columna con tanta desesperanza. Al menos podemos celebrar la eficacia de la Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Guardia Civil de Cádiz y la atenta labor de los guardias civiles de las patrulleras que custodian la bahía, que percibieron la rareza de tanto título y tan poca idea de llevar un barco. Hechos que contrarrestan cierta fama (¿cierta?) de que por aquí se trabaja poco.
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