Los dos virus

En tránsito

12 de marzo 2025 - 03:04

Oigo a gente que habla –exaltada, furiosa– del Virus Trump. Son gente que conozco: es gente por lo general culta, informada, leída. Pero esa gente –lo he comprobado varias veces– jamás reconocerá que también existe el Virus Sánchez, ya que en realidad no hay un político más parecido a Trump que Pedro Sánchez (aunque sus coartadas ideológicas sean distintas). Ahora bien, esta gente que no para de hablar del Virus Trump jamás se planteará, ni siquiera dormida, que Sánchez es un personaje tan mentiroso, tan manipulador y tan peligroso como lo es Donald Trump. De hecho, Sánchez está privatizando el Estado cuando coloca a sus perrillos falderos en todas las instituciones fundamentales, empezando por el Tribunal Constitucional y terminando por la última empresa pública o privada que se financie con una partida de dinero público (hay ejemplos a porrillo). Y podríamos seguir y seguir con los ejemplos, como su deseo paranoico de controlar por completo a los jueces o a la prensa crítica o manejar a su antojo las cadenas de televisión, tanto públicas como privadas. Trump (el Virus Trump) no ha llegado todavía a tanto, aunque lo más probable es que siga por la misma vía del Virus Sánchez. Esto resulta evidente, pero ninguno de los fervorosos creyentes en los males del Virus Trump aceptará reconocer la existencia del Virus Sánchez. Ni al revés, por supuesto: porque el Virus Trump existe y es igual de virulento y letal que el otro.

Para cualquier persona con dos dedos de frente, los dos virus –el Virus Trump y el Virus Sánchez– suponen una amenaza muy seria para el Estado de Derecho y las instituciones liberales. Los dos desprecian a sus adversarios hasta el punto de aborrecerlos físicamente. Los dos odian cualquier contrapeso legal que limite el poder absoluto que quieren ejercer, ya sea la Justicia independiente, el Parlamento o la exigencia de una periódica rendición de cuentas. Los dos colocan a su servicio a los políticos más serviles y más dispuestos a mentir y a engañar a la gente. Los dos se rodean de bufones y de aduladores. Los dos manejan el dinero público como si fuera su propio dinero. Los dos disfrutan comprando voluntades y agradeciendo los servicios prestados con cargo al dinero de los contribuyentes. Pero los dos tienen, ay, millones de votantes entregados que nunca los considerarán un virus.

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