
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Alhucemas
Ha muerto la viuda de Fernando Quiñones. Así me comentó un amigo por Whatsapp la noticia de la muerte de Nadia Consolani. Y esa forma de decirlo me hizo reflexionar sobre la fugacidad de las cosas mundanas y el papel que desempeñamos según las circunstancias. Porque ella era la viuda de Fernando Quiñones, y quizás en los últimos años de su vida ejerció más ese papel de viuda que antes el de esposa cuando el escritor estaba vivo. Sin embargo, antes y después de que falleciera Fernando, ella era por encima de todo Nadia Consolani, una mujer con su propia personalidad, que quizás estuvo algo tapada por la popularidad del escritor.
Nadia Consolani era agradable y agradecida. Pude comprobarlo, en algunos comentarios que me hizo y en algunas cartas que me envió. Mantenía viva la memoria de Fernando Quiñones, no sólo desde un punto de vista oficial, sino el espíritu de lo que supuso como escritor y como personaje para la cultura en Cádiz. Y, cuando escribía algo sobre él, tenía la costumbre de agradecerlo, con la amabilidad que la caracterizaba.
Al fallecer ella, he recordado una frase que escuché en cierta ocasión: “Se está muriendo todo el mundo”. Se lo decía un viejo a otro. Y eso es lo malo que tiene la vejez: se ha vivido mucho, y las personas que llegan a una edad superior a los 80 años van sufriendo la pena de sumar demasiadas bajas a su alrededor. No todo el mundo supera la media de edad de los españoles, que es de 83,1 años. Nadia ha fallecido a los 85 años. Desde que se quedó viuda, me llamó la atención su forma discreta de vivir. Velando más por la memoria de Fernando Quiñones que por ponerse ella misma en valor.
Detrás de Nadia Consolani había un enigma. Era veneciana. Todo lo de allí es misterioso, artístico, efímero y nostálgico. Como su Carnaval de máscaras. No hay otra ciudad igual en el mundo, ni siquiera parecida. Todos los gaditanos no son idénticos y todos los venecianos tampoco. Pero Fernando Quiñones no se entendería sin Cádiz, y Nadia Consolani no hubiera sido así sin Venecia. A una veneciana como ella quizá le resultara más normal vivir en Madrid que en Cádiz. Precisamente porque Cádiz, como Venecia, tampoco es normal. Y en esa paradoja de lo raro está el encanto.
Nadia Consolani fue la madre de la caracola de Alcances. ¿Y de dónde era el rumor de esa caracola? Del Puente de los Suspiros veneciano y del Puente Canal caletero. A la vera o a la sombra de Fernando, ella no recibió toda la luz que se merecía. Fue una gran mujer, de casada y de viuda.
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