Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Quizás
Dicen que la política actual es cuestión de estilos y que lo mejor es tener de todo un poco, para al igual que lo que ocurre con la vestimenta, disponer de fondo de armario para cualquiera que sea la ocasión. Así que en todos los partidos debe de haber un ala dura, y otra más dialogante; un sector que defienda los principios inalterables y otro abierto a los consensos; uno dogmático y sólido, con líderes dispuestos a bajar al barro y otro más flexible capaz de acordar lugares de encuentro con los contrincantes. Es decir, Isabel Ayuso y Alberto Núñez Feijóo; Pedro Sánchez y Emiliano García-Page; Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Teníamos poco con la multiplicación de los partidos tradicionales con las corrientes nacionalistas y locales, lo que provoca que en muchos lugares haya partidos de derechas o de izquierdas tanto nacionales, como autonómicos; y a ello hay que añadir ahora “las corrientes”. El lío resultante supera con mucho las tradicionales diferencias entre dos orillas ideológicas y lleva la política a una cuestión casi personal.
Dado su talante y su edad, al PNV de Pradales no le costaría pactar con el PP del presidente de la Junta en asuntos sociales y económicos donde básicamente coincidirían más que con Sumar o Podemos. Pero jamás lo harán con el nacionalismo madrileño de Ayuso. Al PSOE de Page le resultaría imposible llegar a acuerdos con Junts, pero Illa podría hacerlo con Bildu o ERC. Un PSOE en manos de Borrell no hubiese aceptado la amnistía; un PP dirigido por Borja Sémper podría entender, aunque no lo compartiera, que en algunas zonas de España sus ciudadanos se sintiesen parte de un estado plurinacional. Esas coincidencias son aún mayores en el terreno municipal, donde la similitud de muchos de los problemas y el contacto directo, hace años que ha ido creando vínculos y desavenencias que superan los frentes partidistas. Ocurre como en la vida real, todos somos un poco republicanos y un poco demócratas y en gran medida nuestras prioridades en sanidad, educación o servicios públicos no difieren en lo conceptual, sino en que las cosas funcionen o no. A poca gente le cambia la vida el que lo hagan unos u otros. Nuestro día a día no está en las trincheras infinitas que quienes viven de construirlas se afanan en cavar. La vida está en otras partes y la mayoría prefiere usar los ladrillos para construir puentes que nos acercan, antes que muros que separan. A los que incendian, agua.
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