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El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha roto esta semana uno de los últimos consensos sobre los que se han edificado los equilibrios geoestratégicos de los últimos años: el de considerar que la invasión de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022 era una acción expansionista por parte de Vladimir Putin que no podía consolidarse. EEUU, bajo la Presidencia de Biden, y la Unión Europea reaccionaron entregando a Ucrania armamento para contener la invasión y apoyo político ilimitado. Se interpretaba que si Putin, que pasaba a ser un apestado en la escena internacional, imponía su voluntad en Ucrania nadie podría ya pararlo si decidía hacer algo similar con los países bálticos o con los nórdicos. En su conversación del miércoles con el autócrata ruso, Trump ha abierto de par en par las puertas para que, a cambio del fin de la guerra, Ucrania quede partida en dos. En esa posible negociación la gran derrotada va a ser Europa, que confirma de esta forma la ruptura del vínculo trasatlántico que hasta ahora había sido la base de su sistema de seguridad. Además, la OTAN queda desautorizada en su principal cometido. El futuro de la Alianza Atlántica queda seriamente comprometido. Trump había anunciado una Presidencia en la que ninguna de las reglas anteriores permanecía vigente y lo está cumpliendo día tras día. Europa es por ahora la principal víctima de la nueva política norteamericana. Su posición queda enormemente debilitada y tendrá que hacer un enorme esfuerzo económico para asegurar su defensa. En un mundo cada vez más inestable, la pérdida de influencia europea es un fracaso del continente y una fuente de graves riesgos.
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