Editorial
El estrés de la Justicia
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El presidente del Gobierno deja caer, en una conversación informal, pero en absoluto privada, con periodistas que existe una especie de conspiración de jueces de derechas para acosarlo y propiciar un cambio político. Los principales dirigentes de la oposición, entre ellos su líder, hacen bromas con las comparecencias de esta semana en los juzgados y hablan de “los ocho días de oro” de los socialistas o de los que “cantan La traviata y los que cantan en falsete”. Mientras tanto, unos y otros intentan utilizar la situación para sus propios intereses y hacen que sobre la Justicia se extienda una mancha de desprestigio. No es la primera vez que el país se enfrenta a circunstancias similares. Con las correcciones necesarias de tiempo, es lo mismo que pasó en las dos últimas legislaturas de Felipe González y lo que terminó provocando la salida de Mariano Rajoy tras la sentencia del caso Gürtel en 2018. Ahora vuelve a pasar algo muy similar: las sospechas de corrupción son el argumento casi único de la vida política nacional y los jueces se ven en medio del debate. Los intentos de presión, en una u otra dirección, cada vez se disimulan menos. Sale perdiendo la Justicia y con ella la propia solidez del sistema democrático. Un régimen de libertades no puede considerarse como tal sin una Justicia profesional e independiente y para que cumplan esas condiciones es una condición imprescindible que cuente con el respeto del resto de los poderes del Estado. Convendría que los partidos políticos hicieran una seria reflexión sobre si están sometiéndola a un estrés que impide que haga su trabajo en las garantías necesarias de profesionalidad e imparcialidad. Porque si la Justicia se ve condicionada y presionada y pasa a ser un factor más del juego político, los que salen perjudicados son los ciudadanos. Es oportuno preguntarse si eso es lo que está pasando, otra vez, en España.
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