Editorial
Sin sorpresas: Puigdemont impone, Sánchez cede
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Ningún observador de la vida política nacional podrá declararse sorprendido. Lo que ha pasado con el decreto ómnibus del Gobierno que incluía, en un heterogéneo revoltijo de medidas, la revalorización de las pensiones o las ayudas al transporte es lo que viene ocurriendo desde que Pedro Sánchez logró su inestable investidura. Carles Puigdemont ha chantajeado al Gobierno de España y este se ha dejado extorsionar con la mayor impunidad. El fugado de Waterloo ha hecho valer de nuevo los siete escaños que son la clave de la mayoría parlamentaria y lo que hasta ayer eran líneas rojas infranqueables han sido traspasadas con la mayor impunidad. El decreto que no era troceable ha sido troceado y la tramitación de la cuestión de confianza que era un límite que no se podía traspasar ha sido traspasado. Para terminar de confundir las cosas, lo que el PP no podía votar de ninguna forma, ahora lo va a votar con entusiasmo. Ha ocurrido lo mismo que pasó con la amnistía y con tantas otras imposiciones del separatismo catalán asumidas por el Gobierno y en las que el lenguaje de la posverdad parece haberse impuesto, siendo presentadas luego como grandes conquistas democráticas fruto de la capacidad negociadora de Sánchez. ¿Seguirá esta humillación permanente, de un lado, y la exhibición bravucona, del otro, por tiempo indefinido? Todo indica que así será mientras el presidente del Gobierno no tenga otro objetivo que prolongar la legislatura todo lo que pueda, aunque sea sin Presupuesto y sometido a los dictados que le llegan desde Junts. Cuando Sánchez dijo el pasado fin de semana que buscaría apoyos hasta debajo de las piedras todos los que le escuchaban entendieron que debajo de las piedras estaba Puigdemont y que lo único que quedaba por despejar era la cuantía de la extorsión. Resuelta esa incógnita ahora habrá que esperar cuál es el próximo precio que le ponen al Gobierno y cómo lo va a pagar.
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