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De los cuatro grandes imperios de los que se ocupa Elvira Roca, dos de ellos siguen manteniendo lo que Foxá llamó "el peso de la púrpura", mal que les pese a todos aquellos que a lo largo de la historia vienen aborreciéndolos y especulando con su decadencia. Esos dos grandes imperios son el norteamericano y el ruso, que como todos tienen y han tenido sus virtudes y sus defectos, siendo éstos y no aquéllas lo único que mal que bien sus críticos, sus víctimas, sus vasallos, han tratado y tratan de imitar. Por eso es bueno que desde esta periferia de la Historia, alguien empiece a preguntarse por los hechos históricos a los que esos imperios deben el ser lo que son, con la esperanza de que los que vamos a remolque de ellos reflexionemos sobre lo que hemos hecho mal y extraigamos alguna conclusión positiva para, en la medida de lo posible, ser dignos de un pasado al que debemos la única grandeza que hoy tenemos, que es la de tener por nuestra la lengua de Castilla.
Ese alguien se llama Marcelo Gullo y es autor de la obra titulada Relaciones internacionales. Una teoría crítica desde la periferia sudamericana. (Editorial Biblos. Buenos Aires, marzo 2018). Gullo se remonta al Renacimiento, momento en el que "la superestructura cultural del poder mundial tendió a instaurar una visión del hombre materialista, a provocar el debilitamiento de la vida del espíritu y a fomentar la distorsión o aniquilación de los valores trascendentes. "Ya Husserl, en la estela del idealismo alemán, haría hincapié en la idea de que la ratio, la racionalidad, ideal filosófico de la Grecia clásica, derivaría en racionalismo con la Aufklärung". Y es que esa desviación ilustrada, enciclopedista, que opone la ciencia a la fe y da primacía a la materia sobre el espíritu, es lo que permite a Gullo afirmar que "del Iluminismo nacen y se nutren tanto el liberalismo deísta como el marxismo ateizante." Y añade: "En esa misma línea de razonamiento Fermín Chávez considera que el Iluminismo fue la primera ideología de dominación utilizada por Gran Bretaña y la oligarquía financiera mundial para someter a los pueblos del mundo, comenzando por los pueblos que conformaban la América española".
En España para no ir más lejos hemos visto con asombro y por nuestro mal cómo no hubo solución de continuidad entre dos partidos que en el circo parlamentario se enfrentaban a cara de perro. Ambos pretendían lo mismo y lo que se disputaban era el lucrativo trabajo de llevarlo a cabo, a saber: poner en pie de igualdad el bien y el mal, secularizar la sociedad, triturar el Estado y disolver la nación, negando su historia sin escatimar medios y, en suma, utilizando las "luces de la razón" para ofuscar y obnubilar las mentes, y apartarlas de lo único que puede redimirlas, que es la espiritualidad. Por algo dijo Abellio que en 1945 había muerto el espíritu en Europa, una muerte que ya Husserl había previsto en 1936 y cuyo beneficiario no podía ser otro que el Anticristo que, según Croce, fue quien de verdad ganó la guerra. Yo no me hice con la caída del Muro de Berlín demasiadas ilusiones, pues vi bien que de los dos materialismos que amenazaban al mundo prevalecía el de mejor calidad, y aun así viciado por lo que llamé y llamo "el espíritu inmundo del 68". Algo de eso vino a decir Solzhenitsyn en su discurso de Harvard que tantas ampollas levantó en la delicada piel de la intelectualidad occidental. Y es que esta intelectualidad no estaba dispuesta a renunciar a sus prebendas y canonjías, sabedora como era del lenguaje que querían oír los nuevos amos de la caja fuerte.
Ese lenguaje sería el lenguaje sucio combinado con la corrección política del pensamiento único. Los "sin Dios" y los "sin Patria" de los años treinta, que eran aún los "miserables" de Víctor Hugo, son ahora los opulentos oligarcas de las finanzas, al servicio una vez más del Príncipe de este mundo.
Nada más lógico que sus servicios de prensa y propaganda y sus "intelectuales orgánicos", que diría Gramsci, tengan en su punto de mira a los dos grandes imperios de que hablo más arriba, que ponen pie en pared y están defendiendo todo aquello que Occidente debería defender y de lo que Europa, con tres o cuatro excepciones, reniega por completo.
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