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76 aniversario de la explosión de 1947 de Cádiz
Creemos solo en los vivos porque, como escribió José María Gironella al referirse a la sangre de los mártires, el hombre es olvidadizo por naturaleza. Y esta es la razón por la que después de la Explosión de Cádiz hemos olvidado muchos nombres; de los vivos y de los muertos. Aunque en realidad casi todos están muertos y caben en una mano los nombres de los vivos. Sin embargo, los difuntos tienden a reivindicarse de mil extrañas maneras, como por ejemplo la tapa de un aljibe oculto bajo los escombros de una residencia de oficiales. Su hallazgo fue providencial; y entre muchos hombres solo uno hizo falta para hacerlo posible, un mecánico mayor “olvidado por naturaleza”: Miguel Ghersi Cárdenas. Ocupó un brevísimo momento de nuestra historia común, para luego desaparecer humildemente de nuestras vidas. Aquí se resume el relato.
Mientras en los momentos posteriores a la explosión la Marina se preparaba para salir hacia Cádiz, el Tercio del Sur disponía a la fuerza con el apoyo de la brigada de Defensa Pasiva y una motobomba autónoma con la que apagar los fuegos cuyo resplandor impresionaba desde las calles de San Fernando. El parque móvil se quedó vacío; habían puesto en marcha todos los camiones que pudieron arrancar y para los que encontraron un conductor. En el Cuartel de Batallones subieron a pulso la pesada motobomba de seiscientos kilos y desde allí partieron en dos de esos camiones hasta la Capitanía General para recoger al coronel Vicente Juan, que portaba las instrucciones del vicealmirante Escrigas. Más tarde se les uniría un tercero.
Quiso la mala suerte que al ponerse la columna nuevamente en marcha, el camión de la motobomba se averiase a la altura de la Iglesia Mayor. Adelantándose al contingente, el coche en el que iba montado el coronel ya estaba en carretera, llegando a la altura del chalé de Varela en torno a las once y media de la noche. Antes que ellos, las unidades del CIM habían puesto pie en tierra, dejando sus vehículos a la entrada de la Base de Defensas Submarinas y desplegándose por los alrededores entre los edificios siniestrados. Una hora después y solventada la avería, el transporte de la motobomba giraba por la avenida López Pinto encarando por su trasera el vehículo del coronel y los camiones comandados por los capitanes Domingo Espejo y Jesús Muñoz Jiménez-Pajarero. En el último llegaba el capitán Aparicio con el material de extinción, llamándole poderosamente la atención la presencia de un equipo contraincendios del Arsenal de la Carraca estacionado delante de la entrada de Defensas Submarinas y sin posibilidad de intervenir.
El comandante de la base siniestrada, Miguel Ángel García Agulló, le resumió al coronel la gravedad de la situación. Le habló entonces de la existencia en las proximidades de un aljibe con ciento quince toneladas de agua; pero el problema no iba a ser su capacidad sino dar con la tapa en medio de un paisaje completamente arrasado y oscuro. ¿Cómo atinar con algo tan pequeño sin apenas referencias de ubicación? Y allí que junto a García Agulló había un suboficial de la Armada, del que la historia y los suyos, a sus propios compañeros me refiero, se olvidaron; alguien que conocía bien ese aljibe y que debió utilizarlo muchas veces en los ejercicios contraincendios. El misterioso personaje no pertenecía a la dotación de Defensas Submarinas, sino que llegó con aquel camión que el capitán Aparicio había visto aparcado frente a la puerta y que, efectivamente, había salido como una exhalación desde La Carraca tras oírse el estallido.
Vicente Juan dispuso que el capitán Anguiano y el teniente Montáñez marchasen a localizar el aljibe guiados por este mayor que “ignoro quien pudo ser”, en palabras del propio Anguiano, sin cuyo sentido de la orientación habría sido imposible su búsqueda. Una vez hallado el lugar, lo que en otro tiempo fue un jardín próximo a la residencia de oficiales, entre cuatro o seis soldados del Tercio descubrieron a duras penas la tapa, sepultada por una masa ingente de escombros y maderos. Así fue como la motobomba se pudo poner en marcha, consumiendo la mitad del contenido del pozo en la sofocación completa de los incendios y en refrescar las envueltas de las minas que no habían llegado a reventar.
No sabemos si a los oficiales y suboficiales de la Armada les hicieron escribir un informe de sus actuaciones. Sí lo hicieron con el Tercio del Sur, y gracias a ello conocemos de los hechos. Lo cierto es que el almirante Estrada ignoró tanto a unos como a otros en los dos que él remitió de puño y letra al Ministerio de Marina los días 26 y 30 de agosto siguientes. Entre ellos, a Miguel Ghersi Cárdenas, aquel hombre del aljibe, mecánico mayor de la Armada, persona muy querida en San Fernando, que en la noche trágica del 18 de agosto de 1947 se montó en un camión de bomberos del Arsenal y se dirigió a Cádiz donde, según testimonio directo de su hijo a través de su nieta Rosa Ghersi, se llevó toda la madrugada “echando agua” sobre las ruinas de la ciudad, no solo en las Defensas Submarinas sino también en los astilleros de Echevarrieta, consumidos hasta sus cimientos por el fragor de la lumbre. Miguel Ghersi Cárdenas murió el 12 de abril de 1977, treinta años después, sin que ni siquiera su familia fuera consciente del corto pero importante papel que desempeñó en la catástrofe: todo un “caballero”, como le definían cuantos le conocieron en esa vida de mártires que precede al olvido.
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