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Los humanos pertenecemos a una categoría animal con dos características únicas. La primera es que somos por naturaleza sociales, lo que compartimos con otras especies pero distinguiéndonos de ellas en que no solo vivimos en sociedad sino que construimos y podemos transformar la sociedad en que vivimos. La segunda es la de ser, también por naturaleza, culturales, es decir seres con capacidad de simbolizar: de crear sentido y atribuir significaciones a cualquier cosa o hecho -material o imaginado- de la naturaleza, de la sociedad y de nosotros mismos.
Viene esto a cuento no de pretender sintetizar la que fue, durante muchos años, mi clase inicial a los alumnos/as de primer curso de Antropología sino de tratar de enriquecer los análisis y visiones sobre la actual pandemia, sus efectos y formas de encararlos. Me parece evidente que, en la mayoría de los casos, se desconoce o minusvalora que la naturaleza humana es social y cultural, y por ello suele contemplarse la actual situación desde un estrecho biologicismo y/o desde un economicismo reduccionista, sin considerar apenas que las sociedades humanas no son una suma de individuos sino una compleja red de relaciones sociales a las que se dota de sentido. Sin duda, la sanidad (que no equivale exactamente a la salud) y la economía son ámbitos centrales pero incluso para manejarse bien en ellos se precisa tomar en consideración las dimensiones sociales y culturales.
Es de subrayar que, hasta ahora, y mientras no exista una vacuna eficaz, el único remedio que se nos ofrece para escapar del virus es rehusar a las relaciones sociales presenciales con quienes no convivimos (y si vivimos solos, ¿no podríamos relacionarnos con nadie?). De hecho, este es el mismo remedio que ya existía en la Edad Media. Pero, entonces y ahora, garantizar una estricta "distancia social" con todos los no convivientes es algo inviable, incluso para quienes podrían o pueden permitirse el lujo de no tener que ir al trabajo, a la compra, a la farmacia o a cuidar a otros. El aislamiento absoluto, el distanciamiento total, la vida en burbujas microfamiliares convertidas en bunkers físicos y emocionales solo comunicadas por vía digital, es un escenario de ciencia-ficción y una quimera porque las relaciones sociales son para los seres humanos como el oxígeno para los pulmones: solo se pueden interrumpir por un muy limitado periodo de tiempo. Y es que toda sociedad humana consiste en un entramado de relaciones sociales que no son solo laborales y utilitarias sino también emocionales, asociativas o identitarias, que necesitan ser activadas, expresadas y reproducidas colectiva y públicamente. Es por ello que no pueden ser anuladas más que excepcionalmente, por causas más que justificadas y por un periodo corto, so pena de producir graves consecuencias para la salud (entendida esta de forma integral) individual y colectiva.
Desde luego, es preciso rechazar la reivindicación de una "libertad" abstracta, puramente individualista y por ello antisocial, como hacen ahora algunos grupos fascistoides o de descerebrados, pero, a la vez, hay que tener en cuenta que las relaciones multidimensionales con nuestros semejantes son parte de nuestra misma naturaleza y no algo superfluo o prescindible. Minimizar la importancia de la sociabilidad y de los espacios para desarrollarla, sobre todo en pueblos con culturas mediterráneas como es el nuestro, sería actuar fuera de la realidad. De ahí que en la toma de decisiones las variables social y cultural debieran sumarse a la sanitaria y la económica. En situaciones extremas, los confinamientos pueden ser necesarios y una ayuda a las medidas sanitarias pero no sustituir a estas. Precisamente porque hace mucho que dejamos atrás la Edad Media.
Quizá para algunos lo ideal sería que todos nos convirtiéramos en Robinsones Crusoe, aceptando relacionarnos solo por vía telemática. Olvidan que la comunicación, para que sea realmente humana, ha de ser física, presencial; no puede ser sustituida sino solo complementada por otras formas de relación parcial (sean epistolares, telefónicas o telemáticas). Una cierta "distancia social" era, hasta ahora, propia tan solo de sociedades puritanas. Alimenta el individualismo y obstaculiza lo comunitario. Por ello, la obligatoriedad de adoptarla, aquí y ahora, es una decisión que hay que manejar con sumo cuidado, cuando no exista otra alternativa y por un periodo corto. Como un complemento a las adecuadas medidas sanitarias y nunca para ocultar carencias.
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