La tribuna
El agua que nunca vuelve
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Llueve y llueve como no lo hacía en años. Hasta hace pocos meses, Andalucía era un terreno agrietado, un páramo donde los embalses se reducían a charcos y las restricciones de agua eran un tema de conversación más recurrente que el fútbol. Ahora, con las calles encharcadas y los paraguas rescatados del fondo del armario, hay quien se pregunta si tanta preocupación por la sequía no era, en el fondo, un poco exagerada.
La realidad es que no lo era. Las lluvias recientes han aliviado las reservas, sí, pero no han borrado años de déficit hídrico. La borrasca Laurence ha dejado más de 70 litros por metro cuadrado en algunos municipios y ha provocado el desbordamiento de ríos en Sevilla y otras provincias. Embalses que agonizaban han recuperado volumen, y las imágenes de pantanos secos han sido reemplazadas por otras donde el agua vuelve a lamer las orillas.
Pero esto no significa que el problema haya desaparecido. Si algo nos ha enseñado esta crisis es que el agua no es solo lo que vemos. No es solo la que cae del cielo o la que corre por los grifos. La verdadera huella del agua está en todas partes, en todo lo que usamos, comemos y vestimos. Y ahí es donde entra la huella hídrica, en aquella agua que no ves.
Nos han enseñado que el agua se renueva, que siempre vuelve. Que es solo cuestión de tiempo. Pero si algo han demostrado los últimos años en Andalucía es que no toda el agua vuelve, ni toda el agua se puede usar dos veces.
La huella hídrica mide la cantidad de agua que consumimos, no solo directamente, sino en todo lo que producimos y utilizamos. El dato puede ser demoledor, pues para producir una sola taza de café se requiere 140 litros de agua; un filete de ternera, 15.000 litros de agua; y una camiseta de algodón, 2.700 litros de agua (lo suficiente para beber durante tres años). Pero el verdadero problema no es solo cuánta agua usamos, sino cómo la gestionamos. En Andalucía, hasta hace poco solo se reutilizaba el 5% de las aguas residuales regeneradas, mientras que, en Murcia, por ejemplo, este porcentaje alcanzaba el 91%.
Por otro lado, las fugas en las redes de abastecimiento provocan pérdidas de hasta un 17% del agua potable en algunas zonas, y en Sevilla el dato ronda el 11%. Esto significa que, aunque caigan litros y litros del cielo, si no sabemos gestionarlos, estaremos en el mismo punto cuando vuelva la sequía.
Hemos normalizado la escasez de agua como parte del paisaje. Andalucía siempre ha convivido con el sol abrasador y las lluvias erráticas, pero lo que antes era un ciclo natural ahora se ha convertido en un problema estructural.
Los datos no dejan lugar a dudas. 2023 fue el año más seco en tres décadas. Registró un 45% menos de precipitaciones que la media histórica y dejó unos embalses en mínimos históricos. En Málaga, a pesar de las lluvias recientes, siguen en estado crítico. Los cultivos han sufrido pérdidas millonarias, con reducciones en la producción de olivar, cítricos y cereales, mientras que las restricciones al consumo han sido una realidad en numerosos municipios. Un panorama que olvidamos cada vez que cae un chaparrón, porque nos preocupa la sequía cuando estamos secos, pero no cuando llueve.
El problema del agua en Andalucía no es solo de cantidad, sino de gestión. Y la gestión del agua en España, históricamente, ha sido reactiva: se actúa cuando la situación es crítica, pero en cuanto llega una temporada de lluvias, se vuelve a la inercia. ¿Qué se puede hacer?
Por un lado, modernizar las infraestructuras de abastecimiento para reducir las pérdidas de agua. Con un 11-17% de fugas en las redes, no es un problema menor. Optimizar el uso agrícola, puesto que la mayor parte del agua en la región se destina a la agricultura, y aunque se han hecho avances, el margen de mejora sigue siendo enorme. Y, no menos importante, concienciar y crear políticas a largo plazo. No sirve de nada alarmarse en época de sequía si en época de lluvias volvemos a derrochar agua.
Aprendamos a mirar más allá de la tormenta. Ese es nuestro verdadero problema: no la falta de agua, sino la falta de memoria. El Día Mundial del Agua no es solo un recordatorio de que el agua es un recurso fundamental. Es un aviso de que no podemos seguir viviendo con una gestión del agua basada en ciclos de olvido y emergencia.
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