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En 1928 a la escritora Virginia Woolf le propusieron una serie de charlas sobre la mujer y la novela y en estas su defensa fue clara, "una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción". Así, bajo el título Una habitación propia se levantaría todo un ensayo filosófico y social no solo sobre la novelista, sino sobre el espacio femenino. Hacía nueve años que habían concedido el voto a la mujer cuando la escritora británica planteó una cuestión que un siglo después sigue siendo clave. ¿Qué lugar ocupo? ¿Es el que una o uno desea o estamos colocados donde el otro espera que estemos? En la escritura de un guion cinematográfico se estudia que el espacio describe tanto al personaje como lo que habla. Si descubres el lugar donde vive o frecuenta, puedes conocer mucho más sobre su psicología que decenas de palabras escupidas en un diálogo. En este sentido, memorable la gran casa de Ciudadano Kane, aquella majestuosa cárcel que el cineasta Orson Welles había construido para el protagonista Charles Foster Kane, un hombre que en el fondo quería estar donde estuviera su rosebud, palabra que nombró antes de morir y que hacía mención a una infancia donde sin aparentemente ningún poder, se tenía todo a través del juego.
Divagando sobre mujeres, habitaciones propias y espacios recordé el despacho presidencial del Excmo. Ateneo de Sevilla, entidad donde estuve trabajando más de ocho años. En la reminiscencia, el poeta José María Izquierdo mirando lacónico a sus invitados, las inscripciones como ateneístas de Blas Infante, Juan Ramón Jiménez o Chaves Nogales enmarcadas a modo de oración inspiradora, y Nieves Casablanca, la mujer que con su paño sacaba brillo a aquellas piezas de museo. Morena, alegre, con un carrito que además de los artículos de limpieza, portaba una radio con la que escuchaba las noticias o la canción de moda. Ella no se sentaba en ese espacio ni lo presidía, pero lo conocía y cuidaba desde hacía treinta años, entonces, ¿quién dice que ese lugar no le perteneciera también? Nieves no escribía novelas como la admirada Virginia Woolf, pero su vida era de película. "Tienes que dejar que te filme en algún momento por favor", le dije antes de partir de aquella entidad para hacer cine. Era un deseo que guardaba con el mismo fervor con el que miraba cada mañana las inscripciones ateneístas de miembros de la Generación del 27 y me mantenía centrada en mi objetivo. Sin embargo, no me ha dado tiempo a inmortalizar en el celuloide a Nieves, un personaje de cine tan auténtico como la madre de Paco León en Carmina o Revienta. Sobre todo, una mujer buena que el único espacio que conoció fue el de cuidar al otro y ceder el paso hacia el despacho presidencial. No le pregunté nunca cuál era la habitación que ocupaba en su casa. Sé que tomaba café con su vecina en el rellano. La premio Nobel de literatura Alice Munro escribía sus relatos en su cocina cuando los niños se acostaban. Seguro que me hubiera bromeado diciendo que las cocinas dan para crear muchos y buenos platos, sean gastronomía o novela. Tampoco sé cuál era su rosebud al más estilo de Orson Welles. De preguntárselo, hubiera insinuado que "le hablara en plata" para a continuación mandarme a paseo con su noble sentido del humor. Nieves, recuerdo contener la risa cómplice cuando nos convocaban a una reunión "informal" y tú, con tu carrito y la radio, me mirabas, y yo te miraba, y te reías, y tenía que mirar a José María Izquierdo para que no apareciera la infante de ocho años partiéndose de risa. Gracias por ser niña en un espacio de mayores. En ti aún se podía ver a la andaluza que treinta años atrás había lucido un pelo largo hasta la cintura y la mirada de las posibilidades infinitas. Te admiro, y como yo, los que te conocimos de cerca. En tu sepelio solo vi una corona de flores recordando las tres décadas de tu dedicación a que luciera limpia la casa palacio de Orfila 7, y vi llorar, mucho, a tus compañeros. Quiero pensar que todas aquellas almas de objetos inertes que fueron testigos de tu paso del tiempo por el Ateneo fueron a verte para darte las gracias por tu alegría. Fantaseo incluso con la idea de que además de tu madre, te estuvieran esperando en el jardín de los callados Lola Flores y Juan Ramón Jiménez. Estoy segura de que cuando Blas Infante hablaba de espacios y Andalucía, se refería a mujeres y hombres que, como tú, limpios de corazón, ocupaban espacios "aparentemente pequeños" pero su presencia eran todo un ejemplo de humanidad e institución mayúsculas.
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