Antonio Rivero Taravillo

Otro arancel

La tribuna

11002964 2025-02-20
Otro arancel

20 de febrero 2025 - 03:04

En el tictac de la moratoria que don Donald ha sometido a sus propias decisiones de gravar con aranceles las importaciones procedentes de los otros dos países norteamericanos, Canadá y México, todo son incógnitas. ¿Qué hará cuando se cumpla el plazo? ¿Volverá a lanzar un órdago? ¿Escenificará un berrinche y volverá a jugar de farol? Visto ya que se trataba de un arma de negociación masiva, cualquier cosa puede suceder, salvo que el ancho mundo vea seriedad en este hombre, Trump, que encarna como nadie las paradojas (por usar una palabra benévola) de un capitalismo que aparca en doble fila (¡ahí quedó!) el liberalismo a ultranza para poner barreras al comercio y caer en el proteccionismo antañón de las autarquías.

Eso de los aranceles, sin embargo, lo tenemos más cerca de lo que parece. Y de una manera indigna para la cultura que España, por ser quién es y representar lo que representa en una comunidad lingüística única en el mundo, debería eliminar sin dilación. Me refiero a los impuestos que hacen más onerosos los libros recibidos del extranjero (en el caso de que sean comprados), y costosos a secas en las ocasiones más frecuentes en las que se tratan de obsequios, regalos, envíos de un autor a sus amistades o a críticos literarios. En particular, los que proceden de los países hispanoamericanos. Se nos llena la boca con palabras bienintencionadas pero a la hora de la verdad los actos no se compadecen con las proclamas y practicamos una política tan enemiga al libro como la que fue norma en Argentina hasta fecha reciente, una suerte de veto a las importaciones.

Me sucedió hace unos días: dado que su tacaño editor español no me enviaba su último libro como él había pedido, incluyéndome en una lista de envíos, uno de los mayores poetas mexicanos me remitió un ejemplar él mismo, comprando el sobre y los sellos, que no son pocos. La ventaja es que ahora yo podría comenzar una colección filatélica con las hermosas y multicolores estampillas, y que, no viniendo de Madrid sino de la Ciudad de México, el poemario viene dedicado y firmado por el autor. El libro ha viajado 18.000 kilómetros (9.000 en cada sentido sobre el Atlántico). Y sobre los franqueos pagados por el roñoso editor, que habrá hecho el envío por barco, supongo que el poeta tendría que pagar en la aduana mexicana por recibir sus propios libros, como yo he tenido que pagar a la cartera que me lo ha traído a casa. En concreto, he tenido que abonar, en metálico y sorpresivamente, un 75% del valor declarado en pesos, un 50% del precio de venta al público en euros. Números cantan: recibir un libro de fuera de España es, en términos proporcionales, prohibitivo. Un robo. Como elemento de comparación, el IVA de los libros es en nuestra patria del 4% (el tipo superreducido). Pero la gestión aduanera difícilmente justificable está gravada con un 21% (el tipo máximo, de cualquier producto de lujo). A ello hay que añadir un concepto vago y misterioso que atiende al arcano epígrafe de “suplidos”. Supongo que será la mordida que se lleva Correos por secundar el atraco.

Nuestro país debe llegar a convenios con los que comparten con nosotros la lengua para que la circulación de libros entre las naciones hispanoamericanas sea en verdad libre, exenta de impuestos o aranceles. Eso sería un enorme paso adelante.

Pero en cualquier caso, si esa reciprocidad no llega, España por iniciativa propia y asumiendo su responsabilidad histórica, debería abolir esos cánones, tasas, gravámenes. Se tejería así una urdimbre real de intereses comunes, de difusión de la literatura y el conocimiento. Y se reduciría en parte el gran problema que aqueja al mundo editorial en español: la falta de circulación de libros de Colombia, Perú o Chile, por ejemplo, en España, por falta de cauces adecuados.

Luis Cernuda, que desde su juventud madrileña fue muy amigo de Vicente Aleixandre, rompió con este cuando el futuro nobel le mandó una recopilación de su poesía a México, donde vivía (ambos nacieron en Sevilla). Cernuda no fue a recoger el libro a la estafeta de correos que tocara en aquel Coyoacán en que vivió y murió por no hacer frente al arancel de la aduana de allí. El libro fue devuelto a Aleixandre, que nunca llegó a comprender este rechazo (sin saber seguramente nada de ese arancel y también desconocedor de que Cernuda no nadaba en la abundancia).

¿Cuántas amistades entre escritores no se romperán cada día por no rascarse uno de ellos el bolsillo ante un libro que al pasar la aduana deviene multa?

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