Alfonso Lazo

Contar la Semana Santa

La tribuna

11620982 2025-03-30
Contar la Semana Santa

30 de marzo 2025 - 03:07

Puede un historiador creyente contar la historia de la Semana Santa? No me refiero a la historia de cofradías, hermandades y procesiones, sino a lo que esa fiesta cristiana rememora: la historia real de un galileo crucificado, de un fracaso que giró sobre sí mismo y cambió el mundo. Creo que sí es posible, igual que cualquier físico cristiano puede disertar sobre el origen del Cosmos. La Historia es también una ciencia basada en datos.

En efecto, los datos de que disponemos hablan del desastre en que acabó la vida de un predicador carismático a quien sus seguidores tomaron por un profeta o por el mismo Mesías. De nombre Jesús, puede que presintiese su trágico final, y después de una cena donde pidió ser recordado se refugió junto a unos pocos discípulos en un olivar próximo a Jerusalén, donde experimentó llegada la noche una terrible crisis de angustia. Murió gritando en la cruz, sintiéndose abandonado por Dios en quien veía a un padre protector y cariñoso. ¿Fin de la historia? No, porque pocos años después Pablo de Tarso escribía en una de sus cartas conservadas que “no me interesa el Jesús según la carne, sino el Cristo resucitado”. En Judea había quedado un sepulcro vacío. Todo esto lo cuentan historiadores creyentes y no creyentes.

Escribe Dostoievski en Los hermanos Karamazov que “si Dios no existe todo está permitido”; y años después, Lev Shestov, otro pensador ruso de alto rango intelectual, le contesta en su obra Atenas y Jerusalén que si en cambio Dios existe “todo es posible”. La cuestión se plantea así en la lectura de los textos sagrados a través de los cuales hablaría la Divinidad. El historiador materialista concluye la narración de la vida de Jesús con la muerte de éste en la cruz, y puesto que Dios no existe los muertos no resucitan, de modo que todas las historias que se cuentan sobre la resurrección del galileo no pasan de mitológicas. Pero el historiador cristiano no tiene este tabú de partida en su investigación y por ello, a partir del sepulcro vacío, puede continuar relatando la increíble expansión del cristianismo porque, va de suyo, esa expansión no puede ser negada.

Ahora bien, buena parte de los textos usados como fuente histórica por los estudiosos son considerados por la Iglesia como textos revelados e inspirados por Dios, lo cual exige del historiador creyente algunas precisiones; entre otras, no confundir “inspiración-revelación” con un dictado: la Musa inspira al poeta pero no le dicta el poema letra a letra, amén de que el poeta o el profeta o el evangelista o el escriba con su limitada inteligencia entienda correctamente el mensaje. Hasta los Doce, tan cercanos a Jesús, comprendieron muy mal sus palabras, a veces de forma disparatada. Cierto que luego se produjo el hecho histórico de Pentecostés, un vendaval y una algarabía que los apóstoles congregados en el piso alto de aquella casa interpretaron como la bajada del Espíritu, mientras que desde la calle los curiosos hablaron de hombres borrachos de Dios.

Hoy, para el estudioso cristiano, el complejo asunto de la Revelación y sus formas es percibido “como si” la Deidad estuviese intentando a lo largo de milenios comunicarse con los hombres sin que estos comprendiesen del todo su mensaje hasta que “el Logos se hizo hombre”; no es de extrañar por ello, que algunos de los primeros “rétores” cristianos vieran ciertas creencias y cultos antiquísimos del paganismo como precedente o anuncios de la buena noticia final; no resulta extraño entonces que en la necrópolis bajo los cimientos de la Basílica de San Pedro encontremos en el Mausoleo de los Julios un mosaico representando a Cristo conduciendo una cuadriga (Apolo llevando el carro del Sol), por no hablar de la celebración de “misterios” de dioses que mueren y resucitan (Osiris, Atis, Adonis... Eleusis).

En suma, ¿puede hoy el historiador creyente razonar con datos definitivos la resurrección del Maestro? No. Pero sí puede plantear como hipótesis científica que algo enorme y convincente debió ocurrir en torno al sepulcro vacío pues, precisamente en unas semanas en las que aparecer como seguidor del crucificado era un peligro cierto, llevó a los discípulos desbandados a regresar a Jerusalén y al convencimiento de una resurrección. Incluso la familia de Jesús que hasta lo había tomado por loco en ocasiones, poco después de su muerte aparece convencida de que ha resucitado. Solo una hipótesis, sí, pero como tantas otras hipótesis científicas.

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