Esteban Fernández-Hinojosa

En defensa del vino

La tribuna

11455698 2025-03-20
En defensa del vino

20 de marzo 2025 - 03:04

En el crisol de la información, donde las verdades se diluyen y las opiniones se visten de dogma, emerge un clamor contra el vino desde la penumbra de las ideologías que advierte del veneno que destila, aun en sorbos testimoniales. Otrora celebrado como musa y bálsamo, ciertas voces resuenan ahora contra la sabiduría de su genio y el de la ciencia. Como médico, testigo de los estragos de los excesos del alcohol, alzo mi copa en defensa del consumo ligero o moderado (no más de una copa de tinto al día) de este elixir que ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Lejos de los titulares que ahora demonizan hasta una gota, ciertos estudios de prestigio respaldan la idea de que el líquido de divino nombre —Dionisos, el Lysios, lo llamaban los griegos— puede funcionar como aliado del corazón en dosis moderadas. Uno de ellos, el de la Carga Global de Enfermedades, se publicó en The Lancet en 2022. Los antioxidantes y la capacidad de elevar el buen colesterol (HDL) lo convierten en el néctar preferido de los vasos sanguíneos que, de paso por ellos, reaviva el alma. No debemos ignorar sus peligros, pues superar los 13 gr. al día de cualquier bebida alcohólica representa un factor de riesgo para diversas enfermedades. Sus secretos sólo se descubren a la luz de la prudencia y la moderación, virtudes que, por aristotélicas, son olvidadas en la era de los excesos. Diversos estudios sugieren que una copa al día en la comida o en la cena puede resultar protectora por sus efectos antiinflamatorios; no obstante, la ciencia sigue buscando evidencias sólidas. No sólo reconforta el cuerpo, decíamos, sino que también anima el espíritu. Otro estudio de Harvard, de la Revista del Colegio Americano de Cardiología de 2023, revela que el consumo moderado reduce la actividad de la amígdala, una estructura cerebral que media para desencadenar el estrés. En un mundo donde la zozobra es compañera de existencia, la balsámica copa puede contribuir al sosiego en el azacaneado devenir de los días.

Pero la confusión puede ser un veneno más sutil que los propios excesos. Se ha creado una nube de desinformación que ensombrece el debate sobre el vino. Organizaciones como la OMS, con la postura “ningún nivel de alcohol es seguro”, desestima los efectos salutíferos del consumo ligero o moderado. Conviene matizar a la hora de ofrecer visiones más completas y equilibradas. No se llama aquí al desenfreno, sino a la responsabilidad individual y colectiva. Como médico deseo que la industria del vino promueva el consumo moderado y el conocimiento y educación de los riesgos de su exceso. La cultura del vino celebra la mesura y la apreciación sensorial, en lugar del consumo compulsivo. El néctar de Dios es símbolo de celebración, de comunión y del arte de vivir. Negarlo en aras de un puritanismo cientificista ensombrecería la experiencia humana y limitaría la capacidad para integrar las malas horas en un contexto de sentido. La prudencia, que los griegos incluían en la virtud del equilibrio o sophrosyne, es la clave de bóveda que sostiene el gozo, enriquece la experiencia y fortalece los lazos. El vino exige compañía y manifiesta su esencia cuando se bebe en comunidad. En un clima social donde la ansiedad acecha, este zumo recuerda la belleza y la fragilidad de la vida. Una copa compartida, un momento de contemplación en el atardecer junto al morapio, son deleites que vinculan nuestra humanidad con brotes de serena e íntima alegría.

Mientras la ciencia investiga los efectos del “fruto de la vid y del trabajo de los hombres”, la templanza sigue siendo santo y seña de sus bendiciones. Ser consumidor informado y responsable, escuchar al cuerpo y disfrutar del vino con virtud y consciencia es estandarte de la nobleza de espíritu. El vino es un catalizador de la conversación y la introspección, elementos que invitan a la meditación en la soledad y al intercambio en el ágora. Es también emblema de bienestar y sabiduría, gracias a que su magia natural se purifica, destila, condensa y filtra para que su esencia imperecedera se transmita a incontables generaciones. Legado de la cultura mediterránea donde, entre manjares y tertulias, se presenta como pilar de la existencia. Al defender el vino, el médico no defiende la bebida, sino un estilo vital que valora la frugalidad. Dada la prevalencia de su consumo en el mundo y las diversas comunidades que beben como parte de su herencia cultural, resulta fundamental permitir que la ciencia arroje luz y mejore la comprensión de sus efectos generales. Mientras bendice el consumo moderado, uno levanta su copa de jerez para concluir esta meditación en defensa de la cultura saludable. Unas gotas de Dios son amor en estado líquido. Si no, como se dice en los Salmos, “probadlo y lo veréis...”.

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