Abel Veiga

Las espaldas del 'Brexit'

La tribuna

El 'Brexit' es malo para todos, pero sin duda es infinitamente peor para los británicos que para el resto de europeos. Sus irresponsables políticos han jugado con fuego

Las espaldas del 'Brexit'
Las espaldas del 'Brexit' / Rosell

04 de julio 2019 - 01:36

Paradojas de la elocuencia vacía de la política. 2 de julio de 2019, constitución del Parlamento Europeo. Al son de los acordes himno de Beethoven Oda de la alegría, casi tres decenas de diputalos británicos, eurodiputados, en una absoluta falta de decencia política y respeto institucional, giran sus torsos y dan la espalda al Parlamento y a Europa continental, esa que tanto desprecian y que no desaprovechan la oportunidad de escenificar sus gestos y sus fobias. Son diputados del partido de Farage, otro de los cadáveres políticos del Brexit y que buscan esa fotografía de un divorcio que no termina de firmarse ante el sinvivir británico. Ni sabemos lo que quieren ni tampoco lo que no quieren. Esa es la esquizofrenia que sufre en estos momentos la política británica. Otro premier que cae, más por incompetencia y falta de inteligencia que por pasar a la historia como quién hizo posible el divorcio. Mientras siguen los relojes de los vetos, pero también de los embustes y las medias verdades. La soberbia malhadada que ha llevado a un enorme callejón sin salida el tema del Brexit. También podríamos hacernos ese interrogante a la inversa, ¿qué quiere la Unión Europea ahora mismo respecto a la isla?

El Brexit es malo para todos, pero sin duda es infinitamente peor para los británicos que para el resto de europeos. Han jugado con fuego sus irresponsables políticos y lo han hecho sobre una ruleta de errores garrafales, donde ha faltado coherencia amén de alturas de miras. Tampoco es racional que los dos principales líderes de los dos partidos clave no sean capaces de reunirse en casi tres años y poner sobre la mesa este gran dilema, cuando no drama. Si May ha fracasado no es menor el fracaso de Corbyn. Si los escenarios se cumpliesen, en octubre la isla saldría, por fin, de la Unión. Su anhelada salida para ellos y la esperanza de que por fin salgan para el resto.

Se acaba un tiempo, el de contemperar y al que la propia Comisión le ha faltado la dureza y firmeza que el tiovivo emocional de los británicos amén de la consciencia de la gravedad de su decisión les depara.

En estos casi tres años se ha especulado de todo. Pero sin duda es peor amagar y retar, vetar y condicionar en un carrusel temperamental de intereses egoístas que no tomar una decisión firme y definitiva. Sin más paños calientes. Allá cada uno con las consecuencias de las decisiones que toman. Cada cual puede suicidarse política y económicamente, lo malo son las consecuencias que acaban por afectar a quiénes no tienen la culpa. Son muy dueños y cómo no, muy soberanos de tomar cuantas decisiones deseen, pero háganlo después de analizar beneficios y contras, ventajas y pérdidas.

No se han resentido tanto las macromagnitudes económicas ni las estadísticas como vaticinaban los agoreros del catastrofismo. Hagamos normal lo que tiene que ser normal, asumamos los hechos, taponemos las heridas y hemorragias pues cuanto antes lo hagamos, la cicatrización será mejor. Como también el restañar con el tiempo heridas. Quienes exportaban e importaban productos ya han tenido tiempo para calcular, computar y en su caso, cambiar de estrategias, socios y clientes. Quienes han buscado y ofrecido sedes sociales y territoriales para filiales y grupos ya han hecho su pequeño agosto. Nada cambiará taumatúrgicamente.

Los euroescépticos cantan su pírrica victoria y los que aún suspiran por una Europa, en cualquier caso mejorable y más cercana al ciudadano, se alivian de que por fin todo apunte hacia un final. Cuanto menos dramático sea mejor, pero de los dramas también se aprenden lecciones y se sientan precedentes que solo la magia del tiempo acaba razonando. Es claro que a los ingleses, a algunos, se les atragantó desde 1973, fecha de su ingreso oficial en la otrora CEE, la novena sinfonía. Allá con quién no tiene gustos musicales. El juego ahora se centra en el esperpéntico y no menos histriónico Boris Johnson y Jeremy Hunt. Ambos aspiran a suceder a May. Y no dudan en radicalizar y exacerbar su postura hacia el Brexit y la salida dura costando lo que cueste. Tienen que contentar a sus huestes y ganar el 10 de Downing st. Luego vendrá lastimosos a llorar a Bruselas y pedir que se suavice la partitura. Esta vez sin en el genio alemán. Quieren concesiones de Europa ante su desdén, su desidia y sus devaneos. Pero se acabaron o deberían acabar los tiempos de tamañas liberalidades, al César lo que es del César, a Dios lo que es Dios. No puede ser más claro ni menos alto. Las espaldas del Brexit se convierten en dagas.

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