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Historia
A Antonio Cantizano, caminante por los senderos ferroviarios de la provincia
Al hablar del comienzo del ferro-carril en España se suele citar la línea inaugurada en la isla de Cuba, entonces provincia española (entre La Habana y Güines), en 1837. Aunque la primera línea férrea construida en la península fue la que unió Barcelona con Mataró, inaugurada el 8 de octubre de 1848.
No obstante, desde 1829 ya se estuvieron planteando proyectos ferroviarios en la provincia de Cádiz, siendo el primero una línea para unir Jerez con el embarcadero de El Portal (a 6 kilómetros de la ciudad y en el mismo término municipal). Primera concesión ferroviaria otorgada por el Gobierno, a solicitud del acaudalado gaditano, de ascendencia inglesa, José Díez Imbrechts, que respondía al interés de los grandes bodegueros jerezanos para darle rápida y fácil salida a los vinos que exportaban a Inglaterra. Ya que desde El Portal las barcas podrían trasladar los barriles a los grandes barcos de vapor anclados en la bahía de Cádiz. Proyecto frustrado por falta de inversores, al que le siguieron otros con la misma finalidad y diferentes trazados, aunque con iguales nulos resultados.
Así estuvieron las cosas en materia ferroviaria en la provincia, hasta que el comerciante jerezano Luis Díez Fernández de la Somera (hijo del pionero en este tipo de proyectos) fundara la Sociedad Anónima del Ferrocarril de Jerez al Puerto de Santa María y Cádiz, cuya Junta General de accionistas se celebró simultáneamente en Jerez y en Cádiz el 21 de septiembre de 1851. Estructura financiera y empresarial que permitió el que solo unos meses después, el 24 de mayo de 1852, comenzaran en Jerez las obras del primer trazado ferroviario de Andalucía.
Tras su inauguración oficial el día antes, el 23 de junio de 1854 el tren comenzó a prestar sus servicios hasta El Puerto de Santa María (facilitando con vapores el traslado a Cádiz de los viajeros), y el 10 de octubre de 1856 el tren llegó a su “meta inicialmente marcada” en el muelle de El Trocadero, en el término de Puerto Real (complementada con vapores para conseguir que el traslado de Jerez a Cádiz se hiciera en 70 minutos). Tras un parón económico y empresarial de las obras, se hizo cargo de las mismas la Compañía de Ferrocarriles de Sevilla a Jerez y de Puerto Real a Cádiz, liderada por Louis Guilhou y respaldada por la francesa Compañía General de Crédito.
La línea de Sevilla a Jerez se inauguró el 1 marzo de 1860 y (tras la compra a la sociedad propietaria de la línea de Jerez a El Trocadero, ya ejecutada) se finalizó el tendido de las vías desde El Trocadero a la estación de Puerto Real y desde allí a Cádiz pasando por San Fernando. Ciudades que, el sábado 13 de marzo de 1861, vivieron con júbilo institucional y popular la llegada a sus estaciones, de forma ruidosa y humeante, de “la modernidad, la prosperidad y el futuro”. Cádiz pasaría a ser, en palabras de su alcalde Juan Valverde, “cabeza de línea de la fértil Andalucía y muy pronto de la línea central de la Península que nos pondrá a las puertas de la capital del reino”. El trayecto de Puerto Real a San Fernando se hizo en 19 minutos y el de San Fernando a Cádiz en 24. Aunque algunos médicos advertían de lo perjudiciales que eran para la salud aquellas “inhumanas velocidades”, en una modalidad de transporte fundamentalmente pensada para las mercancías.
La nueva estación de ferro-carril de Cádiz se construyó frente a la cortina de muralla que discurría entre los baluartes de Santiago y de los Negros, cerca del muelle (en unos terrenos ganados al mar de la bahía) por lo que el Ayuntamiento, previendo el incremento de los tránsitos de coches, carros, personas y equipajes que se produciría en las ya frecuentemente colapsadas Puertas del Mar (donde los funcionarios de Hacienda inspeccionaban casi todo), solicitó al Gobierno abrir a su costa una nueva puerta en la muralla que vinculase directamente la nueva estación con la Plaza de Santo Domingo, ante el convento de los Dominicos. (Algo que nunca consentiría el ramo de guerra).
El día de la inauguración del ferro-carril el Ayuntamiento de Cádiz realizó una serie de actuaciones que radiografían la sociedad del momento: se distribuyeron 4.000 hogazas de pan a los pobres, 40 reales a cada una de las monjas que profesaban, 2.000 reales de dote a cada una de las seis jóvenes solteras pobres (agraciadas por sorteo), se repartieron bayetas y cobertores entre las personas necesitadas y se ofreció un rancho extraordinario a los presos de la cárcel. Por su parte, el Casino Gaditano, sede social del empresariado, repartió 10.000 reales a las familias de los trabajadores muertos o inutilizados en las obras. Detrás de todas aquellas actuaciones “para que nadie se quede sin las alegrías del momento histórico”, unas enormes desigualdades sociales, una masa obrera pobre y desprotegida, y la caridad cristiana alentada desde la iglesia como remedio.
Aquel histórico día la Corporación Municipal con su Alcalde a la cabeza, las autoridades provinciales y los invitados procesionaron bajo mazas desde el Ayuntamiento hasta el muelle, embarcando a las 12 de la mañana en un vapor que los trasportó hasta El Trocadero, en cuya estación les esperaba el Ayuntamiento de Puerto Real y el capitán general de Andalucía. Las locomotoras, adornadas con banderines, festones y ramos de flores, arrancaron hacia la estación de Puerto Real, donde los pasajeros fueron obsequiados con un refrigerio. Tras la incorporación al tren del capitán general del departamento marítimo, el tren partió hacia San Fernando, en cuya estación solo se detuvo el tiempo necesario para recoger a la comisión de su Ayuntamiento, llegando a la estación de Cádiz poco después de las dos y cuarto.
Como especiales dificultades técnicas en el último tramo del recorrido, el tren tenía que pasar sobre un puente, de dos ojos y 18 metros, sobre el rio Arillo, cruzar la carretera, por un paso a nivel a la altura de Torregorda, a la zona dunar de la izquierda, regresando a su derecha nuevamente, por otro paso a nivel sobre la carretera a la altura de la Cortadura, para transitar ya hasta la estación de Cádiz por la zona más próxima a la bahía.
Numerosa concurrencia llenó los aledaños de trazado ferroviario, sobre todo en las proximidades de las tres estaciones. En la estación gaditana esperaba el Obispó Arbolí con su cabildo, que bendijo las locomotoras, las vías y, en su discurso, felicitó al pueblo de Cádiz “por acoger con entusiasmo los nuevos descubrimientos, base firme de su futura prosperidad, a la vez que seguir auxiliando las obras de la nueva catedral”. A continuación tomaron la palabra el Gobernador, el alcalde Valverde y el vicepresidente de la empresa, señor Santa Cruz, cerrando el acto Adolfo de Castro (que mucho peleó con su pluma la llegada del ferro-carril a Cádiz) con la lectura de unas quintillas. Finalmente, autoridades e invitados pasaron a unos salones de la nueva estación en los que el Ayuntamiento ofreció un magnífico buffet.
En el balcón del Ayuntamiento se colocó un retrato de Isabel II para que su figura todo lo presidiera. Tres bandas de música recorrieron las calles, tocando en las inmediaciones de la nueva estación y de las casas de las autoridades, se instalaron colgaduras y al anochecer hubo iluminaciones extraordinarias y fuegos artificiales.
Tres años después de inaugurarse esta línea, en 1864, bajo los auspicios del consejo de administración de la misma y con un texto de Eduardo Antón Rodríguez, se publicó, para prestigiar el ferro-carril y fomentar su uso turístico entre la burguesía, la Guía del Viajero por Ferro-Carril de Sevilla a Cádiz, impresa en la sevillana Imprenta y Litografía de Las Novedades. Publicación que se complementaba con 33 imágenes litográficas (un mapa con el recorrido de la línea, 11 escudos de municipios y 21 vistas de estaciones, pueblos y ciudades al paso). Se dice por el autor que para el texto correspondiente a Cádiz había tenido especialmente presente la Historia de Cádiz de Adolfo de Castro, y, lamentablemente, la única imagen que se incluyó de la ciudad es una vista general de Cádiz, con el antiguo faro de San Sebastián en primer término, que resulta ser una copia (sin citar) de la que dibujó y estampó el litógrafo belga J. B. Gratry para la gaditana Litografía de la Revista Médica a mediados de los años cincuenta.
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