La tribuna
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Confieso que tengo una cierta predilección por la ciudad de Burgos. En esta capital española he tenido muy distintas experiencias. Y, en principio, siempre gozosas.
Todo empezó con un delicioso viaje familiar, en el que con apenas 9 años de edad, ya pude apreciar la belleza del casco urbano burgalés. En las inmediaciones del Arco de Santa María mi padre mencionó algo que no llegué a comprender acerca del sufrimiento de Manuel Machado en la pensión Filomena. Durante 1984 fui 4 veces con motivo de los exámenes de las oposiciones al título de notario que obtuve en esta capital castellana. No cabía en mí de gozo. Repetí visitas profesionales y turísticas y, por supuesto, que también he ido otras veces con mis hijos, sufridores de mis “batallitas”. Un viaje que tenía previsto a Burgos en 2021 lo tuve que suspender por culpa del temporal que bautizaron como Filomena.
Las visitas más recientes a la capital burgalesa arrancan en 2023, cuando se empezó a gestar la exposición Los Machado. Retrato de familia, fruto de la labor fraternal de las Reales Academias Burgense de Historia y Bellas Artes y Sevillana de Buenas Letras, bajo el patrocinio y colaboración de la fundación Unicaja.
Como algunos lectores sabrán esta muestra ya se exhibió con gran éxito en Sevilla. Días pasados acudí a su inauguración en Burgos y, previamente, deambulé por las mismas calles que Manuel Machado pateó aquellos crueles años de la Guerra Civil.
Vi la fachada del edificio que albergaba la pensión Filomena, donde se tuvo que quedar a vivir durante la contienda fratricida, y en cuya puerta el cartero le comunicó la muerte su hermano Antonio. Pasé por la antigua ubicación del periódico El castellano. Allí fue detenido y llevado al penal. Anduve por los aledaños del hotel Norte y Londres, donde le notificaron su “elección” como miembro de la RAE; y, casi enfrente, la antigua Capitanía militar, con lejanos ecos de bélicos pasos marciales. Por último, caminé por la acera del Teatro Principal, primera sede provisional de la oficina de Prensa y Propaganda del bando sublevado. En ese paseo percibí las enigmáticas sombras de esos edificios que el tiempo nos oculta.
Posteriormente, en la inauguración, charlé con Isaac Rilova, académico burgense y especialista machadiano, quien me aseguró que la detención de Manuel Machado y el hecho de que lo “pusieran a la sombra” lo libraron de una muerte segura. De lo contrario, algún grupo extremista le habría dado el “paseo”, y hubiera aparecido sin vida en una cuneta. En la exposición se exhiben los originales de la ficha carcelaria del poeta, así como el salvoconducto del consulado francés de San Sebastián para que pudiera acudir al entierro de su hermano Antonio.
De la pensión Filomena partió Manuel hacia Francia y al llegar a Colliure no sólo había muerto Antonio, sino también su madre. Cuentan que se pasó dos días en el cementerio, en vela, frente a las tumbas de su madre y de su hermano. Cabría afirmar que, simbólicamente, Manuel falleció allí: salió vivo, pero sin alma. En melancólica soledad. Sin sombra de lo que fue.
El estallido de la Guerra Civil afectó a los hermanos Machado, como a tantos españoles: quedaron separados y, en cierta manera, murieron ambos (física o moralmente). Muchos comentaristas literarios, con evidente animadversión política, subestimaron a Manuel, y lo eclipsaron con la sombra invisible de su querido hermano Antonio. En realidad, se quedó sin su fraternal sombra, porque era tanta su unión que no se hallaba sin él. En 1936, Antonio, por su parte, había proclamado que “ni mi vida ni mi obra pueden entenderse sin mi hermano”. Nunca estuvieron enfrentados ni representaron dos Españas.
No me extrañaría que, al terminar la guerra, cuando Manuel abandonó Burgos en dirección a Madrid, peleado con la mala sombra de su familia, resumiera su estancia en la capital castellana con una corta frase: Filomena, a mi pesar. Años más tarde (pero en masculino) sería el título de otra obra de Torrente Ballester.
La triste soledad de Manuel puede comprobarse en el mural de salida de la muestra que reproduce su poema Ecos. Apunto el final, “¿por qué lloro sin consuelo? y ¿por qué lloro sin pena?”. Era la respuesta a las letras de Antonio “Chopos del camino blanco, álamos de la ribera”. Me consta que más de un visitante ha salido secándose las lágrimas por la emoción.
La exposición enseña los gozos y las sombras de la España de los Machado (finales del siglo XIX y buena parte del XX). Con un mensaje muy claro de paz: los españoles debemos retomar el espíritu fraternal de estos dos colosales poetas. La mejor muestra de la concordia nacional.
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