Pablo Gutiérrez-Alviz

‘Tenemos que hablar’

La tribuna

11611400 2025-03-29
‘Tenemos que hablar’

29 de marzo 2025 - 03:06

Días pasados presenté en Sevilla el último e interesante libro de Rubén Amón. Lleva un título admonitorio: Tenemos que hablar. El autor, fino articulista y muy popular por sus intervenciones en radio y televisión, posee una vasta cultura y ejerce de impecable divulgador (ameno e ingenioso); en este caso, ha escrito un delicioso ensayo sobre los beneficios de la conversación. Con prosa fácil y ligera enhebra singulares reflexiones históricas, filosóficas, médicas, musicales y literarias con eruditas citas siempre oportunas, nunca pedantes.

Amón, observador de la realidad, se ha percatado de que los ciudadanos andamos cada vez más solitarios y aislados en esta sociedad de la “hipercomunicación”, presos de los móviles y otros aparatos que nos hacen leer y escribir muchos correos, mensajes y wasaps, pero cada día hablamos menos. Si acaso, grabamos mensajes de audio. Y desde luego, apenas se leen buenos textos literarios e históricos. Miramos también el móvil, temerosos de que se quede sin batería. Una muestra de que estamos perdiendo el habla es que nos expresamos con los emoticonos (los dibujitos que reflejan el estado de ánimo o la actividad del emisor). Defiende que una palabra vale más que mil imágenes.

Como solución a esta epidemia de soledad (en el Reino Unido existe el ministerio de la Soledad) propone redescubrir el arte de la conversación, del diálogo. Está demostrado que la conversación es una terapia. El famoso cardiólogo Valentín Fuster lo ha certificado: la comunicación a través del habla tiene efectos saludables y protectores del músculo cardíaco y de las arterias que lo nutren y oxigenan. No conviene extenderlo a exageradas variantes como las de hablar solo, con las mascotas y con las plantas. Rubén Amón se atreve a decir que las mujeres superan en longevidad a los hombres gracias a su innata verborrea. Al parecer, las féminas articulan diariamente 10.000 palabras más que los varones.

El libro, alejado de los de autoayuda, tiene unos curiosos capítulos didácticos sobre los principios de la correcta conversación. Se remonta a Cicerón quien ya señalaba que, principalmente, hay que platicar con claridad y no mucho, con educación, sin interrumpir a los demás, ni hablar de uno mismo, nunca criticar al ausente y, en ningún caso, perdiendo los estribos. En esta línea, uno de los mayores fracasos de la conversación son los tópicos, refranes y clichés: “Hablar hasta la eternidad sin decir nada”. Define al tópico como un ejercicio de pereza mental. Contiene un hilarante pasaje repleto de manidas expresiones del mundo de la política. “Hablando se entiende la gente” sería un buen ejemplo.

Un capítulo lo dedica al valor del silencio en las conversaciones. Establece que, cuando sea posible, mejor no decir nada, incluso buscar el silencio, dominando el poder de las pausas, aprender a escuchar y en todo caso, abandonar las redes sociales en las que priman la mentira y la impostura. Estudia la ambivalencia del silencio. Un tonto “mudito” puede pasar por listo. En el mundo del derecho se dice que el que calla, otorga, cuando el que calla nada dice. Denuncia el silencio cobarde ante las injusticias y, en nuestra historia reciente, con el terrorismo. Amón recoge que el silencio también es saludable: los monjes de clausura disfrutan de 5 años más de vida que la media: no se estresan con el habla. Quizá el doctor Fuster solventaría esta contradicción con el siguiente dictamen sobre las longevas monjas de clausura, a veces centenarias: silentes (sin estrés) hasta el Ángelus; luego, oxigenan sus corazones hablando como féminas.

No olvida el autor el lenguaje de la mímica y de las posturas corporales. Señala que el ser humano provoca, en menos de 15 segundos, una impresión inicial de difícil arreglo. Para mitigar este problema facilita una serie de estupendas recomendaciones que podrían parecer obvias, y que casi nadie obedece. El ademán nos delata.

Los especialistas aseguran que un 7% de la comunicación personal procede del lenguaje verbal; un 38% del paralenguaje (entonación, volumen y dicción) y el 55% restante del lenguaje no verbal (la mímica y las posturas: la mirada, la sonrisa, los brazos…). “Hablamos más con el cuerpo que con las palabras”. El texto termina con una atinada reflexión sobre los contertulios de los medios de comunicación que saben de todo como expertos de la nada. Toma de Indro Montanelli el aforismo, “un periodista es un océano de sabiduría con un centímetro de profundidad”, aplicable a cualquier tertuliano. La buena conversación requiere previa lectura e información. Leer para poder hablar con propiedad.

Tenemos que leer. “Tenemos que hablar”.

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