La tribuna
Invisibles, pero imparables
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Soy Raquel, una sevillana que está a punto de cumplir 52 años. Efeméride que me hace recordar que, hace 40, empecé a convivir con una idiopatía osteopática que se convertiría, después de 26 operaciones, en uno de mis sellos de identidad, una “artroescapulectomía bilateral”, condición que me impide separar los brazos, levantarlos, echarlos hacia atrás, batirlos, con todo lo que ello supone, así que me gusta llamarme ángel sin alas.
Cuatro décadas después seguimos con palabras desconocidas y diagnósticos aun inciertos. Por si fuera poco, también han salido a escena el riñón izquierdo (ya operado) y mi corazón, que anda algo bradicárdico, sumando más emoción al devenir de mis huesos. Y es que ser y estar en ese grupo de personas que conviven con una enfermedad rara, o poco frecuente, suele sumir en un abismo a todo y a todos los que te rodean, por esa temida incertidumbre que supone el no saber que pasará mañana. Pero precisamente eso es lo que nos hace valorar el hoy, las pequeñas cosas de cada día, dándonos una mayor perspectiva para que hasta los cielos más grises puedan tener aromas dulces, así como de canela limón.
Sin embargo, no todo es luz y color. Tener una discapacidad siendo mujer, y mayor de 45 años, te coloca en una casilla complicada y te expone, por qué no decirlo, a una triple discriminación. Con frecuencia, la mirada del mundo social y empresarial sesga tus capacidades profesionales con condescendencia y con gran desconocimiento, incluso llegando a invisibilizarte. Estos prejuicios suelen poner el foco en nuestras limitaciones, con creencias restrictivas sobre lo que “podemos o no podemos hacer” por tener un certificado de discapacidad, sin brindarnos la oportunidad de demostrar todo lo que sí somos y sí podemos.
En mi caso, encontré impulso, ganas y reivindicación en el deporte y en la palabra. El deporte para mí ha supuesto un gran aprendizaje, demostrándome hasta dónde podemos llegar las personas si creemos en nosotras mismas. Además, me ha enseñado que ningún logro es únicamente nuestro, y que nadie se puede colgar una medalla solo/a. Lo segundo para mí es mágico: tener la oportunidad, como embajadora de la Fundación Adecco, de visitar todo tipo de empresas a lo largo y ancho de nuestro país para visibilizar a esa “otra mirada” de la discapacidad. Ahora, además, lo hago desde la óptica de una mujer sénior, con la riqueza de la experiencia que solo te da la edad.
Nuestro altavoz tiene un claro mensaje: “El talento no tiene etiquetas”; una persona con ganas y llena de voluntad es Imparable. ¿Qué empresa no necesita alguien así, un alguien que no se detenga por más piedras que existan en el camino?
En el Día Mundial de las Enfermedades Raras (fue el pasado28 de febrero), es más importante que nunca que el valor del talento sin etiquetas cale en la sociedad. Y que las mujeres sénior con discapacidad y/o enfermedades raras dejemos de ser cifras, casos aislados o historias inspiradoras de un solo día. Porque, muy al contrario, somos personas con derechos, con talento y con infinitas ganas de seguir aportando desde una mirada más madura, crítica y consciente, muy necesaria en este entorno en constante cambio y lleno de incertidumbre.
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