Vicente Jurado

Necesitamos las selvas y las dehesas

La tribuna

10780118 2025-02-06
Necesitamos las selvas y las dehesas

06 de febrero 2025 - 03:04

Durante el Tercer Congreso Iberoamericano de Biogeografía, celebrado a finales de noviembre en Sao Paulo (Brasil), geógrafos y biólogos de varios países (España, Brasil, México, Chile, Costa Rica) hemos debatido y analizado la pérdida de los bosques tropicales y también la degradación y pérdida de nuestros bosques y dehesas mediterráneas. Los bosques tropicales, que en Brasil tienen una gran extensión, albergan la más alta biodiversidad conocida y presentan una exhuberancia apabullante. Pero desde luego no son menos importantes los desafíos a los que se enfrentan, y junto a la acelerada tasa de pérdida anual de esas magníficas florestas, se suma la pérdida y desaparición de comunidades nativas y de todo su saber acumulado a los largo de los últimos milenios. Numerosos antropólogos y otros científicos vienen luchando desde hace décadas para evitar la pérdida de los pueblos y tierras indígenas, de sus tradiciones y de sus conocimientos ancestrales tan necesarios por ejemplo en la lucha contra distintos tipos de cánceres, en gran parte agravada por las extracciones petrolíferas y el continuo avance agrario (soja, palma) con la consecuente pérdida forestal y la aniquilación de las propias tribus. Recientemente se cumplió el triste aniversario de la muerte de Chico Mendes, el seringueiro que luchó por su tierra y por una extracción sostenible del caucho en la selva amazónica.

Aquí, en Europa gran parte de los bosques primarios, intactos, han desaparecido prácticamente a lo largo de los siglos pasados debido a la minería, a la construcción naval, a las guerras y al uso desaforado de leñas y maderas para la construcción y otros menesteres. En la Cuenca mediterránea la influencia humana ha moldeado los paisajes actuales que vemos en la actualidad. Nuestras dehesas (montados en Portugal) son el resultado de la interacción del hombre y de sus ganados, con los árboles, matorrales y pastos que se extendían a lo largo de los gradientes bioclimáticos de la Península, desde las montañas del norte hacia los pastos cálidos del sur. Las rutas y caminos de la trashumancia, muchas veces usurpadas y cerradas al uso y disfrute común, así nos lo recuerdan. La Península Ibérica en general, constituye un territorio donde convergen condiciones climáticas, biogeográficas e históricas que hacen que la heterogeneidad sea muy grande y por ello presenta una elevada riqueza de especies vegetales, animales, hongos y otros muchos organismos. En Andalucía, las prácticas tradicionales, el saber acumulado, están desapareciendo vertiginosamente y asistimos a una descomposición y cambios en el mundo rural, sin que al parecer haya signos de recuperación: la pérdida demográfica de nuestros pueblos serranos así lo atestigua. No obstante, aún persisten aprovechamientos sostenibles como la saca del corcho, las colmenas, la recogida de setas, piñas, castañas y espárragos, aparte de las leñas y de la utilización de las maderas. Y sobre todo los servicios ecosistémicos que nos aportan las florestas como la fijación de CO2, el amortiguamiento de las grandes avenidas e inundaciones, la lucha contra la erosión de los suelos y las nuevas facetas relacionadas con la salud y el bienestar que ofrecen nuestros bosques cuando caminamos (y disfrutamos) por ellos (baños de bosque).

Quiero pensar en positivo y espero que nuestros tesoros naturales y su importancia socioeconómica y rural se puedan mantener, con las adaptaciones necesarias a los nuevos tiempos. Aquí en Andalucía tenemos el Plan Forestal Andaluz, cuyo cumplimiento venimos reivindicando desde la Plataforma por el Monte Andaluz desde hace tiempo, que recoge medidas para la mejora del estado de salud del arbolado y para potenciar la lucha contra la seca, además de apostar por una bioeconomía forestal sostenible que ha de redundar en la mejora de la biodiversidad, en la creación de puestos de trabajo y en definitiva en la calidad de vida de los pueblos rurales. Y por otro lado, la Ley de Restauración de la Naturaleza recientemente aprobada por la Comisión Europea supone la primera gran ley de biodiversidad europea que obliga a la reparación de los hábitats dañados tanto terrestres como marinos para el 2050. Espero una correcta y pronta aplicación de ambas normativas. Nuestros bosques y nuestras gentes la necesitan.

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