Isidoro Moreno

La Semana Santa como capital

La tribuna

11808673 2025-04-10
La Semana Santa como capital

Desde hace muchos años vengo insistiendo en que no puede entenderse la Semana Santa andaluza sin tener en cuenta sus múltiples dimensiones y significados y sin considerarla un “hecho social total” (categoría acuñada hace ya cien años por el antropólogo y sociólogo francés Marcel Maus para calificar aquellos hechos complejos y multidimensionales que involucran, de una manera u otra, a los diversos sectores y grupos de una sociedad). Definirla exclusivamente como una manifestación de fe católica dirigida a evangelizar, como repiten sin descanso las jerarquías eclesiásticas y sus acólitos –un historiador amigo ha escrito que muchos cofrades o “capillitas” de hoy, sobre todo jóvenes, parecen más bien seminaristas de antaño–, es desconocer o pretender ocultar que la participación o asistencia a las procesiones, que es algo mayoritario en la mayoría de nuestras ciudades y pueblos, tiene muy diversas motivaciones que no pueden reducirse a esa dimensión. Si así fuera, ¿cómo podría explicarse que los matrimonios religiosos, el número de bautismos o comuniones o la asistencia a la misa dominical estén en continuo descenso mientras que la participación en las semanas santas, romerías y otras celebraciones equivalentes atraviesen un auge como nunca tuvieron?

La dimensión identitaria, tanto a nivel personal, familiar, intergeneracional, vecinal o comunitaria –e incluso semicomunitaria, en los abundantes casos en que existe una dualidad de devociones y hermandades en permanente emulación y contraste– es una dimensión de primera importancia que trasciende (aunque no niega) el ámbito de lo religioso. Como lo es la emocionalidad, sea dentro de la religiosidad popular –que no hay que confundir con lo que ahora llaman “piedad popular”– o sea provocada por la activación de la espiritualidad –que tampoco puede reducirse a religión– que nos produce la belleza del andar racheao de un Jesús Nazareno, el grito electrizante de una saeta o el sonar de la bambalinas de un palio cuando choca con los varales mientras escuchamos Soleá dame la mano o Estrella Sublime.

Ocurre que esta nuestra fiesta mayor, cuya función nunca ha sido utilitarista en términos de beneficio contable, representa hoy un importante capital simbólico que todos quieren utilizar y apropiarse. En primer lugar, la propia jerarquía católica que, tras una época en que la menospreció como una antigualla, emprendió una “operación rescate” redefiniendo a las cofradías como “una trinchera frente a la secularización” y tratando de convertirlas en correas de transmisión para sus objetivos “pastorales”. A principios de este siglo fueron, de hecho, inmatriculadas al imponerles la definición de “asociaciones públicas de la Iglesia” cuando siempre habían sido asociaciones privadas (de colectivos de fieles) que formaban parte de la Iglesia pero también de lo que hoy llamamos sociedad civil (y por ello tenían que ser aprobadas por el Consejo de Castilla). Redefinición que ha supuesto la pérdida de su soberanía: de la posesión plena de su patrimonio en imágenes, templos y enseres, aunque sigan manteniendo la titularidad, y de su capacidad de decisión.

Por su parte, el poder civil (y, a veces, incluso el militar) trata de convertir este capital simbólico en capital político. Ya se dio esto durante la larga etapa del nacional-catolicismo, pero ahora a este se ha añadido lo que podríamos denominar el municipal-cofradierismo: una especie de mutuo parasitismo en la que concesiones económicas y adulación a las cofradías se ven recompensadas con la aceptación de un fuerte intervencionismo de los ayuntamientos y una visualización de personajes y personajillos que llega a resultar obscena.

A estos dos intentos de apropiación, eclesiástica y política –que hace un siglo Chaves Nogales concretaba en el cardenal y el gobernador, calificando a estos como los dos mayores enemigos de la Semana Santa–, se suma un tercero ligado a los intereses directamente mercantiles. A estos les conviene que nuestra fiesta se espectacularice mientras más mejor porque así atrae a más turistas, pero la cuestión es más grave en tanto que la gestión de no pocas cofradías responde ya a una lógica empresarial, centrada en la obtención de ingresos, en la que los hermanos y devotos comienzan a ser tratados como si fueran clientes.

Hace unos años, escribí que al cardenal y el gobernador quizá habría que añadir ahora un tercer elemento que pone en peligro la reproducción no mixtificada de nuestra Semana Santa en su diversidad de funciones y significados: las propias cofradías, por la sumisión que muestran a esos dos poderes y por la satisfacción que parece producirles esa incondicional sumisión. Nunca hasta hoy había alcanzado cotas tan altas.

stats