Serbia, eso que está pasando

La tribuna

11653665 2025-04-01
Serbia, eso que está pasando

01 de abril 2025 - 03:05

Hace no mucho uno deambulaba por Belgrado, atraído, entre otras cosas, por la arquitectura brutalista de la capital serbia y de la que se habla, cual guía y paisaje íntimo de la ciudad, en el estupendo libro Belgrado brut de Miguel Roán. He recordado aquellas caminatas por bulevares, parques, puentes y riberas junto al Sava y el Danubio al contemplar la impresionante manifestación que el 15 de marzo ocupó la ciudad. Banderas de Serbia, con ruido de vuvuzelas y silbatos, acompañaron la gran parada balcánica contra el gobierno del presidente serbio, el populista Aleksandar Vucic. Desde la caída de Slodoban Miloševi en 2000, último estertor de Yugoslavia, no se había visto tamaña movilización.

Desde hace meses se vienen desarrollando manifestaciones y marchas a pie tanto en otras ciudades del país como en el, hasta ahora, impenetrable entorno rural, donde se agazapa cierta antropología del arraigo al terruño serbio. Las protestas las fomentan los enojados estudiantes, quienes claman contra el gobierno y lo que entienden como corrupción endogámica. Todo comenzó con el desprendimiento de una marquesina ocurrido en la estación de trenes de Novi Sad. El suceso mató a quince personas a las 11:52 horas del pasado 1 de noviembre (desde entonces, a esta misma hora, tienen lugar en distintos puntos del país una vigilia diaria y un tiempo de silencio fúnebre en memoria de las víctimas).

El accidente mostró las fallas de seguridad en la estación y se achaca a la habitual fullería corrupta entre administraciones y empresas. El trapicheo de sinecuras ha sido nota común en la Serbia de Vucic (primer ministro desde 2014 y presidente de la República desde 2017). El pulso de los universitarios ha encendido un nuevo despertar. El alcalde de Novi Sad y el primer ministro, Miloš Vucic, dimitieron obligados por la contestación. El objetivo mira ahora al inquieto Vucic, quien ha manejado la puerta de atrás de las instituciones, el favor a medios afines y una agenda híbrida y poliforme (ora la UE, ora Putin, ora Trump).

A vista de dron, la espectacular riada de personas en Belgrado es la muestra de un deseo de cambio no sólo político, sino de conciencias. Sociológicamente, la actual Serbia ofrece sus gradaciones culturales que impiden el uso de la brocha gorda para describir cada uno de sus pormenores (la religión ortodoxa y el báculo del patrón San Sava siguen teniendo su predicamento, con matices, en el devenir nacional).

A los estudiantes se han unido ciudadanos serbios de toda condición, incluidos pensionistas, funcionarios o agricultores llegados en tractores desde la Serbia profunda, habitual bastión del presidente Vucic. Tras las guerras de desmembración en la ex Yugoslavia, el mapa urbano de Belgrado ha sido pródigo en manifestaciones y multitudes airadas. Las protestas de 1996, al término de la guerra de Bosnia, fue reprimida por la fuerza bruta y paramilitar de Miloševic (la excelente película La patria perdida de Vladimir Perišic recrea aquella atmósfera). Luego, en 1999, se produjeron los bombardeos ilegales de la OTAN de Javier Solana sobre Belgrado para poner fin a la supuesta limpieza étnica de los serbios en Kosovo (en los puentes sobre el Sava muchos ciudadanos se ofrecían como escudos humanos).

La gran manifestación del 5 de octubre de 2000 propició la caída de Miloševicy su posterior y controvertida entrega al Tribunal de La Haya para ser juzgado por crímenes de guerra. La Serbia sonámbula y medio democrática de los años siguientes asistió al magnicidio en 2003 del entonces primer ministro Zoran Dindic (su retrato, a veces manchado con pintura, se ha visto en los entornos universitarios de las actuales protestas). Al asesinato contribuyeron los intereses espurios y solapados entre el estado profundo, cuerpos militares de élite y las temibles mafias serbias del clan de Zemun.

A Europa, a través de los procelosos Balcanes, ha llegado una Revolución con una ética sutil y rompedora en las formas. Los estudiantes de Serbia han manejado la protesta sin uso alguno de medios de comunicación ni redes sociales. Nada de Instagram. Nada de Twitter (hoy X). No al algoritmo. Se organizan por aplicaciones de mensajería encriptada (Signal, Viber). No quieren a la pasiva UE (la consideran connivente con Vucic). Descreen de la oposición (en el belicoso Parlamento se han llegado a arrojar granadas de humo) y huyen de toda instrumentalización por parte de terceros, incluidas las onegés.

Cuando los Balcanes se agitan, algo va a pasar. Y un grupo popero español, por cierto, se llama Viva Belgrado.

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