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Me entero por la radio de que hace un par de semanas tuvo lugar en París un referéndum. Lo que se sometió a consulta ciudadana fue algo de índole muy práctica. La pregunta se enunció en los siguientes términos: “¿A favor o en contra de la creación de una tarifa específica para el aparcamiento de los coches individuales pesados, voluminosos, contaminantes?”.
Esos vehículos son los conocidos en el mercado automovilístico como SUV, siglas que responden a las palabras inglesas Sport Utility Vehicle, lo que en castellano viene a querer decir “vehículo utilitario deportivo”. El sintagma no deja de tener su aquel por cuanto la palabra “utilitario” significa una categoría de coche incompatible en su ser con el referente concreto que responde a las siglas de SUV.
El objeto en torno al cual fue montado el susodicho referéndum es la prueba material de la contradicción esencial que el capitalismo consumista global alberga en su seno. Una contradicción que tiene naturaleza cancerígena y dinámica de metástasis; es la contradicción entre etiqueta y realidad, que es el trasunto de otra contradicción, la que se da entre el ego sin límite y el espacio limitado, entre interés individual y bien común. Es otra manifestación de la reducción del espacio público como lugar de convivencia para albergar más y más versiones polifacéticas del mercado. Calles, plazas, edificios no se conciben sin más como espacios para (con)vivir sino como lugares de negocio.
“Plazas y calles en venta; el ruido nos impide vivir” reza un cartel colgado por los vecinos de uno de los balcones de las viviendas que rodean la céntrica y turística plaza de Bib-Rambla en Granada. Es el síntoma de que la metástasis del capitalismo ha tocado hueso ante la indiferencia de quienes habitamos las ciudades. Según el mandato del mercado su espacio ha de ser destinado al consumo, no a la contemplación y la convivencia. Los lugares en las ciudades adquieren un valor mercantil y no de vida, de historia.
La alcaldesa de París, la socialista Anne Hidalgo, quería reducir la polución, mejorar la seguridad y ganar espacio público para peatones y medios de transporte no contaminantes. A tal fin quiso preguntar a sus conciudadanos si les parece bien desincentivar esa presencia de vehículos de grandes dimensiones, muy costosos medioambientalmente. A pesar de la tan cacareada transición verde la circulación por nuestras ciudades de esos coches que por tamaño parecen tanques va en aumento en todas partes. La solución propuesta consiste en desincentivar su circulación encareciendo el aparcamiento en ciertas zonas de la capital francesa. Dado que según el paradigma de economía política actualmente vigente, prohibir sin más el uso de determinados productos legalmente comercializados va en contra del canon de libertad que ha logrado instalar siglos de capitalismo como parte del sistema de creencias básicas en el que vivimos, y como está mal prohibir políticamente lo que el mercado bendice, habrá que utilizar las herramientas que éste consiente. Así que, a falta de prohibir que tales vehículos, auténticas contradicciones sobre ruedas, circulen por las zonas más céntricas de la ciudad, disuadamos a sus usuarios de hacerlo encareciendo su estacionamiento en tales zonas. La lógica política, basada en ciertos valores éticos que definen una determinada concepción de la vida buena que exige determinados requisitos ecológicos, queda anulada por la económica, que pervierte entonces el sentido de la propuesta, ya que se entiende que cualquiera con el suficiente dinero como para permitirse pagar el caro aparcamiento tiene derecho a contaminar y ocupar con su sobredimensionado vehículo el espacio urbano de todos, los ricos y los no tan ricos. No hay censura, pues, por parte de la autoridad democráticamente constituida, que tiene como primordial mandato la defensa del bien común. Hay cesión ante el que puede permitirse, merced a su poder económico, acceder a lo que les está prohibido a los menos pudientes. No se trata de que no debes porque está mal, sino de que puedes porque te lo permite tu mayor capacidad adquisitiva. La norma que debiera ser expresión de un valor ético, cívico para ser más precisos, y servir de regla aleccionadora para el conjunto de la ciudadanía es de facto la constatación de que los valores del mercado prevalecen demasiado a menudo cuando hay que tomar decisiones políticas. Hemos pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado.
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