Cinco años tras la pandemia ¿Están los cuidados en el centro?

Mujer y Salud

Durante la pandemia las mujeres asumieron de manera desproporcionada las responsabilidades del cuidado y sufrieron un mayor impacto sobre su salud

Una mujer mayor en silla de ruedas y su cuidadora dando un paseo.
Una mujer mayor en silla de ruedas y su cuidadora dando un paseo. / Jesús Hellín / Europa Press
Mª del Mar García-Calvente - Doctora en medicina, especialista en Salud Pública y experta en género y salud

31 de marzo 2025 - 12:05

Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Hace cinco años irrumpió en nuestras vidas la pandemia por COVID-19 para ponerlo todo patas arriba. Lo que empezó siendo una crisis de salud pública a nivel mundial nos enfrentó súbitamente a retos de todo tipo convirtiéndose en una “crisis de crisis”, también una gran crisis de los cuidados. Nos dimos cuenta de algo evidente, pero que, a fuerza de darlo por supuesto, habíamos invisibilizado: los cuidados son imprescindibles para mantener la vida y la salud. Y escuchamos una y otra vez la necesidad de “poner los cuidados en el centro”; pero ¿en el centro de qué?: en el centro de nuestras vidas y en el centro de las políticas públicas que deben procurar el bienestar de la ciudadanía. Cinco años después del inicio de esta sindemia cabe preguntarse: ¿dónde están situados los cuidados ahora? ¿los hemos puesto en el centro, tal y como reclamábamos? ¿hemos aprendido algo sobre cómo cuidar la vida, la salud y el bienestar, y especialmente a los más vulnerables?

Además del inestimable trabajo de profesionales de los servicios sanitarios y sociales, los cuidados que prestaban las personas del entorno inmediato en los hogares constituyeron un recurso esencial para la atención a la salud durante la pandemia. Especialmente en periodos de confinamiento, pero también durante meses después, se redujeron al mínimo los servicios de atención a la salud para todas las demandas no relacionadas con el COVID19. Por ejemplo, las personas con problemas de salud crónicos, incluidos los de salud mental, que no accedían a los servicios sanitarios tuvieron que ser atendidas en los propios hogares. Las medidas de confinamiento y limitación de la movilidad, con cierre de centros educativos o de servicios de apoyo al cuidado de personas mayores y dependientes, contribuyeron a la re-familiarización de los cuidados ya existentes. Los datos disponibles a nivel europeo (y en otros países del mundo) indican que durante la pandemia creció el número de personas que se convirtieron en cuidadoras no remuneradas -para el caso de España en más de un 20%-, también aumentaron las horas dedicadas a estos cuidados y 8 de cada 10 personas cuidadoras declaró que había sufrido más sobrecarga debido a la pandemia. Una vez más fueron las mujeres las que asumieron de manera desproporcionada las responsabilidades del cuidado y sufrieron de manera más severa los impactos de cuidar sobre su salud física y sobre todo emocional y mental.

¿Qué se hizo para reducir las consecuencias de la pandemia sobre las personas que cuidaban en los hogares? Un estudio realizado por la organización Eurocarers en diversos países europeos mostraba la opinión de las personas cuidadoras sobre los apoyos que les hubieran resultado de utilidad para reducir el impacto de la pandemia sobre su salud y bienestar. Las primeras dos medidas mencionadas, especialmente por las mujeres, fueron: considerar las necesidades de las cuidadoras en los planes frente a la pandemia y disponer de una legislación a nivel nacional paras reconocer y apoyar a las personas que cuidan. Sin embargo, solo 30 de cada 100 personas cuidadoras en España declararon haber recibido apoyos, bien gubernamentales o por parte de las empresas donde estaban empleadas.

Un reciente editorial de la revista The Lancet Public Health destaca la enorme (y desigual) contribución de las mujeres al cuidado no remunerado en el mundo y las consecuencias negativas para su salud mental y para su plena incorporación al mercado laboral. Ante la cuestión de cómo garantizar la equidad en salud para las personas que cuidan, señala como fundamental reconocer el valor social y económico de su contribución como coproductoras de los servicios de salud y concienciar a la población general y a profesionales sanitarios sobre los problemas de salud y la desigualdad asociados a la función de cuidado. Datos de la Comisión Europea estiman que el valor del número de horas de cuidado que prestan las personas cuidadoras informales de personas mayores y adultas con discapacidad oscila entre el 2,4% y el 2,7% del PIB de la UE. En comparación, el coste del gasto público en cuidados de larga duración se cifra en el 1,7% del PIB de la UE. Según datos de FEDEA, en los países del sur como España, Portugal o Italia este porcentaje se sitúa entre el 0,9% y el 1%, mientras que en los países del norte alcanza hasta el 4%.

Poner los cuidados en el centro significa, entre otras cuestiones, disponer de servicios públicos adecuados en cantidad y calidad para atender a las personas que los necesitan. Actualmente el sistema de atención a la dependencia en España cubre a más de 1.650.000 personas con derecho a alguna prestación, de un total de 2.180.000 solicitantes (el 62% mujeres). Las prestaciones económicas representan aproximadamente el 40% del total y su componente principal son las prestaciones para cuidados en el entorno familiar, que suponen el 30%, con cuantías que oscilan entre los 385 euros mensuales de media para los grandes dependientes y los 170 euros para dependientes grado I. Esta ayuda económica resulta claramente insuficiente para cubrir las necesidades de cuidado que tienen las personas dependientes, muchas de las cuales demandan atención continuada las 24 horas. Requiere además que una persona del entorno cercano asuma la responsabilidad de cuidar y preste los cuidados necesarios: el 72% de las personas cuidadoras son mujeres.

La reforma de la Ley de Dependencia propuesta recientemente por el gobierno implica un cambio en el modelo de cuidados ya que pone el énfasis en la desinstitucionalización y la atención en el hogar. Estos cambios requerirán una decidida inversión en servicios domiciliarios suficientes y de calidad, que permitan mantener una buena atención a las personas dependientes en sus hogares. Si no es así, se corre el riesgo de sobrecargar aún más a las mujeres que ya hoy se encargan de manera desproporcionada de los cuidados no remunerados de las personas más vulnerables y profundizar aún más la brecha de género existente.

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