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EL universo que encierra la jornada del Miércoles Santo abarca prácticamente de todo lo que se postula en el mundillo cofrade: aires de barrio que trae la cofradía bazanera del Gran Poder al centro, la sobriedad de una clásica, histórica y señera hermandad de negro como es la Vera Cruz y la elegancia y sencilla austeridad de la Virgen Servita sobre su paso de templete y su sello personalísimo. Puede que, a priori, estas disparidades que ha terminado por dibujar la historia de la Semana Santa isleña con el paso de los años se antojen algo caprichosas y chirríen al profano en la materia pero lo cierto es que todo encaja como un guante en el ecuador de la Semana Santa isleña, en esa jornada de transición que marca la pauta hacia los esplendores del Jueves Santo. Sobre todo si la tarde, como ocurrió ayer, continúa con la buena racha del Martes y regala otra espléndida y soleada jornada de primavera que se convierte en el mejor escenario para disfrutar de la Pasión en la calle.
Así fue el Miércoles de desquite -recuerden que la Semana Santa de 2013 también quedó huérfana de esta terna cofrade por la persistente lluvia- que los isleños disfrutaron ayer con la sosegada perspectiva que concede bregar ya con tres intensos días de cofradías a las espaldas, una jornada que confirmó también la bonanza de una Semana Santa feliz y completa que está decidida -y así lo apuntan los partes del tiempo que se manejan para los días que restan- a poner el punto final a doce años de mal tiempo.
Fue una tarde apacible, tranquila, con menos público (el fútbol, ya se sabe), menos pasos y menos hermanos, que los que quisieron -los que supieron- aprovecharon bien para deleitarse con los múltiples matices y contrapuntos que brinda la que el tópico cofradiero ha bautizado con razón como la jornada de los contrastes.
Aunque la crónica del Miércoles despertó pronto en la barriada Bazán, cuando al filo de las cinco de la tarde, la vistosa cruz de guía dorada de la hermandad del Gran Poder se puso en carrera para iniciar su largo recorrido de diez horas por La Isla. Los vecinos del barrio tomaban la acera, los cargadores, preparados para la faena, se concentraban junto a la parroquia de la Sagrada Familia, los músicos afinaban sus instrumentos y preparaban las partituras. La Semana Santa se desperezaba en una nueva tarde de procesiones mientras la hermandad tomaba forma en una barriada en movimiento en la que cada uno -así lo parecía- tenía asignada una función. Era una estampa alegre, festiva y de lo más cofrade. Fue curioso ver como la cruz de guía, recién salida del templo, se paraba para dejar pasar a los últimos hermanos de fila del cortejo que, ya formados, cruzaban para adentrarse en la iglesia.
En el centro, sin embargo, habría que esperar todavía un par de horas más para que fuera Semana Santa. A las siete de la tarde las campanas de la Iglesia Mayor Parroquial tañeron para anunciar la salida de la Orden Seglar de los Siervos de María (Servitas). A la reducidísima presencia de hermanos en el cortejo le compensó la puesta en escena romántica, elegante y decimonónica de la fraternidad que acompaña al templete de la antigua dolorosa -bellamente exornada y cuidada- y la luz de la tarde del Miércoles Santo, que confirió a la escena el toque pictórico ideal.
En apenas media hora -y con el Santísimo Cristo de la Buena Muerte a hombros de los hermanos abriendo el silente cortejo- los Servitas se despidieron de los palcos con el giro de Isaac Peral para proseguir con su recorrido en busca de las Capuchinas y su rincón favorito: el callejón de Ánimas.
A esa hora, a las siete, el Miércoles cofrade se desdoblaba para vivir simultáneamente otro gran momento en el barrio del Cristo con la hermandad de la Vera Cruz, la gran cofradía señera del Miércoles Santo. Vera Cruz volvió a pisar la calle a pesar de muchas dificultades económicas y eso era ya de por sí fue una hazaña cofrade digna de aplauso.
Fue una salida cargada de emoción. Resultó curioso ver al misterio avanzar sin su clásico acompañamiento musical de marchas clásicas y fúnebres mientras buscaba la calle Ancha desde la parroquia del Santo Cristo. Y solemne, casi sobrecogedor el conjunto que mostró el clásico cortejo de la Vera Cruz, otra hermandad con una marcada seña de identidad que ha escrito muchas páginas de la Semana Santa isleña. En la Carrera Oficial la tarde continuó tras la salida de los Servitas con la segunda cofradía de la jornada, la del Gran Poder. La hermandad bazanera consiguió por fin plantar su cruz de guía en el palquillo pasadas las ocho tras recorrer media Isla. El nazareno que tallara Dubé, sobre su nuevo paso dorado, y el palio del Amor, el único palio de la tarde, regalaron alegremente las únicas marchas procesionales que ayer pudieron escucharse en la jornada del Miércoles isleño. Pasadas las nueve de la noche dejaba atrás los palcos. En aquellos momentos, Vera Cruz se adentraba entero en la Iglesia Mayor para cumplir con el rito de su estación de penitencia antes de adentrarse silentemente en la Carrera Oficial y cerrar la cuarta jornada de la Semana Santa isleña.
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