El Capitán Cañaílla 'ataca' al alma

El pregón de Ramón Rodríguez Verdejo 'Monchi' evocó y emocionó a partes iguales en un Parque que se fue animando por momentos · Jorge Cadaval, de Los Morancos, y una antología fueron las sorpresas

Monchi, ataviado como Capitán Cañaílla, se dirige al público en un instante de su pregón.
Monchi, ataviado como Capitán Cañaílla, se dirige al público en un instante de su pregón.
Fátima Díaz / San Fernando

03 de febrero 2008 - 01:00

"¡Qué bonita, qué bonita, qué bonita está mi Isla, qué bonita mi ciudad, que rebosa de alegría, ay, cuando llega el Carnaval!" Con este emblemático pasodoble de José Ramos Borrero, Pepe Requeté, entonado por el público concluía en la noche de ayer la ceremonia oficial de inauguración del Carnaval 2008, un acto de más de hora y media que giró en torno al pregón de Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, quien disfrazado de Capitán Cañaílla apuntó al corazón de los asistentes y, a la vista del cántico final y de la estampa de todo el respetable en pie, no erró en su puntería.

Una ceremonia que dio inicio en el escenario instalado frente al anfiteatro del parque Almirante Laulhé de la mano de la imposición del correspondiente antifaz a las colombinas. A modo de preámbulo del plato fuerte también se entregaron los Pierrots de oro, plata y honorífico a Pablo de la Rosa, la asociación -antes bar- El Timón y a José Domínguez Gómez respectivamente. Con estos galardones el Ayuntamiento pretende año tras año reconocer a aquellas personas y entidades que destacan por su trayectoria e implicación en la fiesta isleña.

Después un vídeo con imágenes antiguas y recientes de San Fernando dio paso al pregón en sí, dividido en seis partes por varias intervenciones musicales.

La que se libró ayer en el Parque fue una dura batalla entre las huestes del general Saborío y el valiente ejército del Capitán Cañaílla, representado magníficamente por Monchi. El secretario técnico del Sevilla Fútbol Club y aficionado desde niño al Carnaval (ayer mismo se desveló) apareció más allá de las ocho sobre las tablas muy bien caracterizado como este capitán de la época de la Guerra de la Independencia que viene a defender a La Isla de León de sus enemigos, la pérdida de las tradiciones y las críticas a su modo de vida propio.

Irreconocible bajo una peluca de larga melena rizada, sombrero de bucanero y barba, apeló a sus "paisanos" para que le ayudaran a defender su patria chica de los efectos devastadores de las tropas de Saborío: "¿Cuáles son sus armas? ¿Qué males producen? ¿Qué remedios poner? Las armas para conseguir su objetivo son la crítica sin argumentos, la discordia entre hermanos, el nada vale y todo es negativo, al prepotencia del sinsentido, el hablar sin escuchar, sin dialogar (...)"

La prosa poética, imperante a lo largo de todo el pregón, fue creciéndose palabra tras palabra dando como resultado un espectáculo in crescendo que emocionó y evocó los recuerdos de todos los presentes, tanto de Carnaval como los referentes a distintos rincones de la ciudad.

Tras el primer capítulo, un recorrido por los edificios históricos y enclaves más emblemáticos de San Fernando, hizo su aparición por primera vez una antología de comparsas integrada por un grupo de amigos de Monchi.

Con la interpretación de varios pasodobles, la mayoría referentes a las excelencias del municipio, estos paréntesis musicales aligeraron el ritmo y empezaron a poner los primeros vellos de punta entre los asistentes que, a pesar del frío, resistieron clavados en sus sillas esperando el fin de fiesta que les reservaba Monchi.

Las tradiciones, como la Semana Santa isleña, la mujer cañaílla y la forma de hablar característica de esta tierra también estuvieron presentes en este pregón en capítulos sucesivos.

Tampoco faltaron las risas ni las sorpresas, como el momento en que apareció Jorge Cadaval, de Los Morancos, en el escenario para interpretar una coplilla flamenca causando un gran revuelo entre los presentes. Aún ataviado de Capitán Cañaílla, el pregonero empezó a echar el cierre brindando un merecido homenaje a Pepe Requeté ("Mi maestro de verdad", dijo), con el que acabó fundiéndose en un sentido abrazo.

A pelo y sin disfraz, ni en forma de traje ni en el alma, concluyó aludiendo a sus recuerdos de su vivencias en La Isla y terminó de emocionarse de veras. El público le arropó cantando: "¡Qué bonita está mi Isla, qué bonita mi ciudad, que rebosa de alegría, ay, cuando llega el Carnaval!"

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