Inventando un clásico para el verano

velada dedicada al ocio y la cultura La calle, protagonista

La Noche Blanca se consolida en su tercera edición y ocupa el vacío de un verano huérfano de oferta cultural

1. Uno de los conciertos de jazz que se ofreció durante la Noche Blanca que el centro de la ciudad acogió el pasado fin de semana. 2. La alameda Moreno de Guerra fue el escenario que se reservó para los más jóvenes, para el skate y los graffitis. 3. El Museo Histórico también abrió sus puertas durante esta velada para mostrar su contenido.
Arturo Rivera / San Fernando

13 de agosto 2012 - 01:00

La Noche Blanca va camino de convertirse en todo un clásico del verano. La tercera edición que organiza la delegación (que ya no Fundación) de Cultura revalidó en la noche del pasado sábado el éxito de anteriores veladas estivales con una oferta de ocio que repitió el esquema conocido -con sus suaves guiños a la vanguardia cultural- y que, hasta ahora, ha dado buenos resultados.

La iniciativa -alumbrada a la luz del Bicentenario de Las Cortes, del verano del Diez- se ha consolidado como una faceta más del largo y cálido verano isleño, cuya oferta de ocio (cosas de la crisis y de los recortes presupuestarios) se ha desinflado sustancialmente. Ni siquiera las verbenas de barriada son ya lo que eran en otros tiempos. La tendencia -más económica quizá- apuesta más por mercadillos de dudoso gusto y escasa higiene. Están de moda.

Por eso, hablar de conciertos de jazz, de rock, cine, museos... en definitiva, de todo lo que con mejor o peor suerte viene a incluir la Noche Blanca suena como agua de mayo en medio del estío cañaílla, cada vez más limitado a la playa y a la terracita.

¿Y de público? Pues, sinceramente, si hablamos de público, la Noche Blanca arrastró lo normal para La Isla: nada de multitudes arropando las actividades previstas, eso desde luego. Una respuesta algo tibia y bastante tranquila de ciudadanos que dejaban llevar su curiosidad de un escenario a otro en su imprescindible paseo nocturno para combatir las altas temperaturas del verano. Porque hay que tener en cuenta que, en La Isla, estas iniciativas casan muy bien con sus maneras sociales, con su forma de vivir la calle. Especialmente, en estas fechas.

La clave de esta velada dedicada al ocio y a la cultura fueron los escenarios: las distintas plazas del centro -desde la Alameda a la Iglesia Mayor- y lugares cercanos, como el Zaporito, recién recuperado. Fueron las perchas en las que se colgaron las distintas actividades programadas para esta noche. El gancho de la petonalización de la calle Real -como ocurrió ya con las experiencias de años anteriores- vino como anillo al dedo a una iniciativa que, por lo menos, reportó algo distinto al verano de La Isla. No estaría de más que este tipo de veladas, que se vienen celebrando cada verano, aumentaran su frecuencia a lo largo del año. Seguro que los supervivientes que persisten en el negocio de la hostelería lo agradecerían.

Porque el sábado, a primeras horas de la noche, los tramos más céntricos de la calle Real ofrecían un aspecto más que concurrido, con independencia de que las actividades programadas para la Noche Blanca tuvieran mayor o menor público.

Es de suponer que, al menos en parte, la iniciativa tuvo algo que ver con esta imagen que llevó a La Isla a pasar el ecuador de un verano al que la crisis ha dejado huérfana de eventos relevantes (a excepción del gran concierto de Sabina y Serrat, el gran concierto del verano en la Bahía). O, si no fue así, por lo menos fue algo distinto. O fue algo, que ya es bastante habida cuenta del tijeretazo que ha sufrido la cultura local.

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