Un centenario redondo
El rosco de la Semana Santa isleña por excelencia está de aniversario. Cumple un siglo con la confitería La Victoria, un negocio histórico que lleva tres generaciones en manos de la misma familia
Era limpiabotas. Hasta que se hartó de vivir agachado y una tarde de agosto arrojó el cepillo y el betún para aprender el oficio de confitero en una pastelería de la calle Columela, en Cádiz. Pero pronto esta nueva vida se le quedaría también pequeña. Así que con 19 años hizo las maletas y se marchó a La Habana para trabajar en el hotel Inglaterra y hacer dinero. Lo tenía muy claro desde el mismo momento en el que se subió a bordo del barco con el que cruzó el Atlántico: quería ganar dinero para volver y establecerse por su cuenta. Así que el primer Cristóbal del Águila adoptó una vida monacal durante los casi dos años que anduvo por el Caribe. No salía y esquivaba las invitaciones de sus jóvenes compañeros para disfrutar de las intensas noches que brindaba la joven Cuba de principios del siglo XX. Solo trabajaba. Se dejaba la piel en el oficio y se guardaba lo que ganaba. Una mentalidad que luego grabaría a fuego entre los suyos.
Así, el primer Cristóbal del Águila, hombre de mucho carácter, recio, tenaz, austero y emprendedor decidido al que nada echaba para atrás, consiguió fundar a su regreso un negocio histórico y próspero que sobreviviría a epidemias, guerras, dictaduras y años de hambres y penurias hasta llegar al día de hoy. Cien años cumplirá el próximo 23 de octubre -en el Día del Cerro- la confitería La Victoria, célebre por hacer unos roscos de Semana Santa que han pasado a convertirse en una más de las tradiciones de La Isla, una auténtica seña de identidad.
Y el negocio, que no ha cerrado las puertas en un siglo, amasa su aniversario con entusiasmo. En La Isla son muy pocos los establecimientos que llegan a esta meta. Lencería Ramírez, La Mallorquina o la librería Bozano, que cumple también 90 años en 2014, son algunos de estos comercios con nombre propio que, junto a La Victoria, han retratado como un espejo la historia cotidiana de San Fernando durante los últimos cien años, sus años de penurias, de esa prosperidad que siempre estuvo ligada a la Marina y al sector naval, y también, claro, su decadencia. Hay motivos de sobra para celebrar este cumpleaños redondo. Pero esta confitería histórica lleva además un siglo en manos de la misma familia, lo que la hace todavía más especial. Hasta tres generaciones han lidiado con el negocio a lo largo de diez décadas. Han nacido y crecido entre bollos de crema, bizcochos y pasteles, aprendiendo el oficio desde muy pequeños, repartiendo tartas de merengue a domicilio, haciendo encargos, en el horno amasando roscos, como dependientes atendiendo a la clientela... El negocio ha sido su vida. Como lo fue para el primer Cristóbal del Águila, una auténtica leyenda familiar que sigue muy viva en esta conocida confitería isleña.
"Mi tío, al poco de abrir el negocio, se llevó a trabajar con él a mi padre, Francisco, que estaba en un comercio de Ceuta, y a mi tío Rafael, que estaba de dependiente en los almacenes Idígoras de Sevilla, que eran muy conocidos en la época", cuenta su sobrino, también llamado Cristóbal, que hoy tiene 85 años.
Su tío, que era soltero, le trató como a un hijo y le enseñó todo lo que sabía. Con él aprendió desde niño los entresijos del oficio y también esa grave mentalidad empresarial que llevó a rajatabla durante décadas en el negocio. A su muerte heredó la confitería que hoy llevan sus dos hijos, Diego y Francisco, la tercera generación de un negocio familiar que -aseguran- tiene cuerda para largo.
Con cien años de historia a sus espaldas, los recuerdos y anécdotas llenan este conocido local. Cristóbal, el sobrino de aquel emprendedor que marchó a La Habana para conseguir dinero para abrir su propio negocio, las desgrana poco a poco mientras muestra su pequeño museo: recortes de prensa de hace un siglo que anuncian la inauguración, fotos de su tíos rodeados de tartas monumentales, la licencia de apertura que concedió el Ayuntamiento en 1914... Y habla de la Guerra Civil, en la que a duras penas consiguieron mantener abierta la pastelería a pesar de que pasaron meses sin ver ni un saco de harina ni de azúcar; de los buenos tiempos, en los que uno de los aprendices llevaba a diario centenares de bollos a la Escuela Naval para la merienda de los alumnos; de cuando era tradición empezar a hacer roscos de Semana Santa el día de San José; de la época de la pastelería La Suiza, que estaba en la calle San Rafael; del segundo negocio que en los años 70 abrieron en Rosario...
Aunque la confitería no se ha movido de sitio en cien años ha estado en la avenida Berenguer, de la Constitución y del General Franco hasta que ha recuperado su antigua denominación: la calle Real. A Cristóbal del Águila le gusta la anécdota porque ilustra cómo el negocio ha conseguido sortear los avatares de la historia. Eso sí, advierten, las tartas de merengue, bollos y pasteles son exactamente iguales que los que se hacían hace décadas. Es el secreto. "No se ha cambiado nada. Todo se hace exactamente igual que antes. La producción es cien por cien artesanal", explica Francisco, uno de los hijos que ahora se encarga el negocio. De hecho, explica, hay clientes que vienen a comprar sus tartas de merengue y fruta escarchada porque son las mismas que se merendaban en los cumpleaños de cuando eran pequeños.
Mañana, a las 21.00 horas, la pastelería hará entrega de su XX Rosco de Oro, un premio que creó para distinguir a aquellas personas y entidades que contribuyen a engrandecer la Semana Santa, otra muestra más de esa mentalidad empresarial de la familia Del Águila. A la Delegación de San Fernando de Diario de Cádiz se le concedió en 1998. Para octubre preparan también varios actos conmemorativos con los que La Victoria pasará definitivamente a formar parte de la élite de históricos comercios de La Isla que llevan más de un siglo atendiendo a los clientes.
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