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La desaparición del navío 'San Telmo', en una muestra del Museo Naval

La exposición estará abierta hasta el 31 de agosto

La propuesta intenta ordenar los datos sobre el presumible naufragio en la Antártida

Maqueta del navío de guerra 'San Telmo'. / Nacho Frade

San Fernando/El rojo muestra que se trata una época convulsa para España. El blanco se refiere al hielo, el maldito hielo en el que se presume desapareció el navío. El negro responde al luto por la pérdida de 644 marinos en la tragedia. En septiembre de 1819 el San Telmo, un navío de guerra de la Marina española, fue visto por última vez en las inmediaciones del cabo de Hornos, camino a Callao y Lima para sofocar los conatos de insurrección que había en las colonias. Nunca llegó a su destino. Nunca se supo que le había pasado. Las hipótesis apuntaban a que el barco había desviado su rumbo –con el timón roto, la verga mayor partida y el tajamar haciendo aguas– hacia la Antártida. Una expedición científica buscó evidencias en los años 90 en la zona, los restos que se encontraron mantienen abierta la investigación. Ahora el Museo Naval de San Fernando intenta, con la exposición temporal (abierta hasta el 31 de agosto) En memoria del San Telmo: el navío desaparecido en el hielo (1819-2019), crear "un discurso comprensible, un orden en la historia de una tragedia para la Armada de la que hay datos pero contradictorios", comenta la directora técnica de este espacio expositivo, Alicia Vallina.

El recorrido de la muestra comienza a la izquierda de la entrada con los retratos de Fernando VII y su esposa y vinilos que dan apuntes de la época. Los cuadros, señala el director del Museo Naval, Fernando Belizón, proceden del Museo Nacional del Romanticismo, una de la instituciones que colaboran en la muestra. Otros son el Museo Naval de Madrid y el Archivo General Álvaro de Bazán del Viso del Marqués o la Universidad de Zaragoza. Hasta 57 piezas para contar el contexto de un naufragio olvidado durante años, del que están sin resolver todas las incógnitas, y rendir honor a quienes perdieron la vida en esa misión sin retorno.

Vitrinas con restos recuperados en la expedición científica de los años 90. / Nacho Frade

Un cañón del navío Alejandro I, uno de los buques que compró España a Rusia, se puede observar en la exposición. Este barco es un reflejo de la falta de recursos que entonces sufría la Armada española: en el ecuador tuvo que volverse y dejar la expedición por los serios problemas que tenía, en tan mal estado estaba. Tras los antecedentes se ofrece información sobre los buques que formaban la flota de la División del Mar del Sur. Un tercer bloque se centra precisamente en el buque protagonista de la propuesta. "Se habla del sistema de construcción que sigue el modelo francés del ingeniero Francisco Gautier. Romero y Landa, su ayudante, siguió este sistema", detalla Vallina. Destaca una maqueta del año 2000, proveniente de la sala OTAN del Cuartel General de la Armada en Madrid, que se muestra junto a los planos originales del navío, entre otras piezas.

Sigue un rincón en el que se habla de los oficiales de la expedición: Rosendo Porlier y Sáenz de Asteguieta, que hizo su insignia en el navío San Telmo; y el comandante de este que pasó a ser segundo, el gaditano Joaquín de Toledo y Parra (nacido en Tarifa). "El retrato de Porlier es del Museo Naval de San Fernando. Estaba en manos de un antepasado, que en principio lo iba a prestar pero hemos conseguido que lo donara", desvela.

La exposición rinde homenaje a los 644 marinos desaparecidos hace 200 años

De la documentación del jefe del apostadero de Callao que advertía a la Península del que el navío no había llegado a puerto se pasa al espacio dedicado al homenaje a los 644 marinos desaparecidos. "Hemos hecho un círculo, como un mausoleo, con unas vitrinas de cristal en el centro, que contienen material recuperado durante las prospecciones en la Antártida de los años 90. Son restos de un navío de la época: madera, restos de calzado", explica el alférez de navío José María Gálvez, responsable del diseño expositivo. Hay un rincón con una corona de laurel y un recipiente con agua de la Antártida. "La ha recogido el Hespérides a 450 metros de profundidad en la zona en la que más o menos se cree que pudo tener lugar el naufragio del barco", cuenta Belizón.

Vallina y Belizón, junto a un mapa inglés de la isla de Livingston. / Nacho Frade

La muestra se detiene en textos donde quedó plasmada para la historia la tragedia, incluida documentación inglesa. Antes del vídeo resumen final hay un espacio con fotografías de las actuaciones de campo del proyecto científico dirigido por el catedrático de Arqueología de la Universidad de Zaragoza Manuel Martín Bueno, que con un equipo de científicos de la Armada y arqueólogos chilenos hizo pruebas magnéticas en la Antártida entre 1993 y 1995. Su investigación sigue abierta.

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