La historia perdida
La batería de Urrutia, al final del sendero de la Punta del Boquerón, presenta un fuerte deterioro que obliga a una pronta intervención
El silencio preside el sendero de la Punta del Boquerón, sin que el sonido de los insectos lo altere. Ni tan siquiera las pisadas y la respiración ajetreada de algún paseante perturba la paz del escenario. El camino es pura naturaleza, de dunas, caños y flora autóctona, más de media hora de tranquila ruta, que apenas perturban los obstáculos y desperfectos que se cruzan en la travesía. Sin embargo, la armonía queda reducida a añicos al final del trayecto cuando a la vista surge la antigua batería de Urrutia. Abandonada, destrozada, derruida, sucia, esta construcción defensiva resalta demasiado por el contraste con su entorno exuberante: natural o artificial, el que le ofrece la cercanía de la costa y la vegetación colorida y el que ha creado el hombre a sus espaldas, en pleno caño, con las embarcaciones del club náutico de Sancti Petri flotando en esas aguas. Casi escondida, a pesar de la senda que conduce a ella, la batería de Urrutia está perdida, y con ella un pedacito de la historia de La Isla.
Los orígenes de esta construcción costera se remontan a las necesidades defensivas de las fuerzas españolas contra los franceses, contra sus tropas y embarcaciones. Se buscaba evitar la penetración por el caño del enemigo tanto a tierras isleñas como de la vecina Chiclana. Vigilaban la entrada sur, junto a otras fortificaciones como el Castillo de Sancti Petri, la batería de San Genís y la batería de Aspiroz. El acceso por el caño suponía el desembarco en San Fernando, pero también el remonte hasta La Carraca y la Bahía de Cádiz, de ahí su importancia. Fue edificada en el siglo XIX tras la llegada de las tropas al mando del duque de Alburquerque y recibió el nombre al general José de Urrutia y de las Casas, que fue ingeniero general del Ejército español.
La batería de Urrutia está protegida por una muralla de cantería de forma curvada, que cubre de frente el caño, y provista de merlones para la colocación de la piezas de artillería. Se encontraba delimitada por una reja, de la que se conservan unos impresionantes pilares que sobresalen entre la vegetación que recubre el conjunto y lo mantiene semioculto a la vista a distancia. Su elevación sobre el nivel de la playa permitía la vigilancia tanto del Castillo de Sancti Petri como de la playa. Un patio de armas es la antesala a la edificación, que se mantiene en pie aun con techos en peligro, por lo que resulta necesaria la consolidación de las estructuras. No ha perdonado el paso del tiempo y las consecuencias sobre los materiales de su cercanía al mar y a la arena, al desgaste al que la han sometido en sus dos siglos de historia. Sin estar en una situación de conservación extrema, resulta necesario, a pesar de ello, someterla más pronto que tarde a una intervención que permita recuperar su esplendor, como se ha realizado tanto con el castillo de Sancti Petri como con las baterías del Sitio Histórico del Puente Zuazo.
Había planes para esa recuperación: primero con el programa Almenasur que comprendía todas las estructuras defensivas que había por toda la ciudad de San Fernando. Después fue Costas la que presentó el Plan Bahía que se centraba en la consolidación de Urrutia y San Genís como paso previo a su rehabilitación definitiva. Ninguno de ellos se llevó a cabo, a excepción del proyecto de reforma del Castillo de Sancti Petri, que con el buen tiempo empezará a ser visitado, y del ya mencionado Sitio Histórico con una actuación integral que comprendió también el Real Carenero y que tiene pendiente el Puente Zuazo.
La batería de Urrutia, mientras, va perdiéndose, aunque ahora sólo esté escondida al final del sendero que guía hasta ella y hasta la Punta del Boquerón. Todo necesita cuidados para mantenerse en el tiempo y ni la estructura defensiva ni esta ruta natural es una excepción. Este camino ha sufrido las consecuencias del fuerte invierno, con movimientos de arena y dunares que cubren algunos de sus tramos. Apenas tapa someramente palés en algunos puntos, mientras en otros como el mirador que se erige casi al final de la vereda la arena se ha amontonado en altura, como ocurre en otra parte del trazado donde ha llegado incluso a superar la altura de las barandas de madera. Nada que no pueda arreglarse fácilmente para el bien de sus usuarios.
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