El microscopio
Un lío de nombres
San Fernando/No va a ser un domingo de churros cualquiera. Cierra su baraja para siempre ‘Patatas fritas y churros Antonio’, un negocio de los de toda la vida que lleva haciendo felices a generaciones de isleños desde su despacho en el número 20 de la calle Ancha. Este cierre pone el punto y final a la labor de una saga familiar que lleva más de 80 años elaborando unos churros y unas patatas fritas que a buen seguro estaban entre los mejores de la ciudad e incluso de la provincia.
Jesús Cozar, el último eslabón de esta saga dedicado a este oficio, afronta su último fin de semana con sensaciones agridulces, entre la pena de decir adiós al lugar donde tanto aprendió y trabajó y la alegría de atender y compartir risas y conversación con unos clientes que ya le están echando de menos. Los papelones de sabrosos churros y las bolsas de crujientes y doradas patatas no volverán, pero ya han pasado por méritos propios a la historia sentimental de este rinconcito de La Isla.
Cózar explica que el cierre del negocio ha sido inevitable, ya que el presente y el futuro laboral de los miembros más jóvenes de la familia no pasa por la churerría y el trasiego diario en este oficio es demasiado intenso para que lo soporte una única persona. De hecho, Cózar ya ha encontrado una nueva salida laboral como comercial de una empresa dedicada a la venta de aceite de oliva.
“Entre mis sobrinos hay guardias civiles, químicos y enfermeras y mis hijas una está estudiando Psicología y otra Enfermería. Luego mi hermano Antonio está jubilado y mis hermanas ya son mayores. Distinto es que me ayuden de forma puntual o en vacaciones, pero sus caminos van por otro lado”, detalla el empresario.
Por otra parte, este emprendedor indica que intentó encontrar un equipo de trabajo para seguir adelante con este negocio y que inlcuso trató de traspasarlo. Lamentablemente, aclara, son pocas las personas, sobre todo las más jóvenes, que están dispuestas a asumir los muchos sacrificios que supone el día a día de una churrería.
“Cualquiera no aguanta un trabajo tan sacrificado, en el que las mejores ventas son los fines de semanas, los festivos, durante las vacaciones y en épocas tan señaladas como la Semana Santa. Días en los que todo el mundo descansa y en los que aquí hay que estar al pie del cañón. Además es un oficio muy físico y en el que hay que estar pendiente de muchas cosas. Algunas personas apenas han durado tres días ”, señala Cózar.
“El negocio no cierra porque vaya mal, todo lo contrario, echamos la baraja porque ha sido imposible encontrar a alguien que se haga cargo de él”, insiste este isleño.
El churrero recuerda como su padre Antonio, que inició su oficio en un quiosco en la plaza del Rey, comenzó a trabajar en este local hace más de 80 años, cuando la mujer que regentaba el establecimiento le ofreció trabajar en él. “Ya cuando la antigua dueña de jubiló surgió la oportunidad de quedarse al frente del negocio”, explica.
“Me acuerdo cuando tenía unos 14 años y como llegaba con mi motoreta a la churrería a vercomo mi padre trabajaba. Y me ponía a mi y a algunos de mis sobrinos a echarle un cable, a amasar y a sobar la masa para dejarla bien blandita. Aprendí nmucho mirando a mi padre e, independientemente de que se hayan ido modernizando maquinaria y diversos elementos, nos hemos mantenido fieles a su forma de trabajar. De hecho alguna maquina y algunos útiles de trabajo aún permenecen de la época de mi padre”, apunta Cózar.
Las colas no tardaron en formarse en torno a la churrería gracias al buen hacer de Antonio, explica su hijo, y luego, cuando la venta de churros cayó un poquito llegaron las patatas fritas, que se incorporaron como apoyo y finalmente se convirtieron en un puntal fundamental para este negocio. “De hecho, había turistas que cada vez que venían de vacaciones llevaran de vuelta a su hogares bolsas y bolsas de papas fritas”, cuenta este isleño.
“Con esta churrería y mucho trabajo mi padre sacó adelante y dio a comer a una familia en la que eramos seis hermanos”, recalca el churrero.
Como es lógico, el testigo familiar se fue pasando a lo largo de los años. De hecho, antes de que Jesús se quedase al frente del estableciento este fue regentado durante muchos años por su hermano Antonio, que también es muy conocido por muchos isleños e isleñas por haber trabajado como portero en el colegio Liceo Sagrado Corazón. De hecho, Antonio compatibilizaba ambos trabajos, por las mañanas en el colegio y por las tardes, fines de semana y festivos en la churrería de la calle Ancha.
Cózar recuerda que él entró a trabajar en el negocio familiar cuando su padre cayó enfermo. “A mi lo que me gustaba era el fútbol, jugaba en el San Fernando y no era malo”, confiesa.
Este emprendedor isleño detalla que es imprescindible contar con una buena masa y freir los churros en un aceite de girasol que se encuentre a la temperatura adecuada. Pero a la hora de encontrar el secreto de unos churros perfectos revela que no hay matemáticas que valgan. “En nuestro caso el secreto está en habernos mantenido fieles a la forma de hacer churros de mi padre. Aprendimos de él una forma de trabajar y de elaborar el producto que va más allá de fórmulas y medidas. Hay cosas que, a base de años de trabajo, se calculan a ojo y se sabe cuando están listas al tacto. Y ese conocimiento es muy difícil de transmitir y de explicar”, detalla.
En el caso de las patatas fritas Cózar asegura que la cosa se complica aún más y que casi hay que tirar de decimales para elaborar unas buenas patatas fritas. “Podría escribir una libro bien gordo sobre las cosas que hay que tener en cuenta para elaborar unas papas fritas perfectas”, bromea Cózar.
“Partiendo de que las papas agrias son las mejores para freir, el resultado dependerá de muchos factores. La papa será totalmente distinta si se siembra en un tipo de tierra que en otra o en un clima que en otro. Hasta el corte tiene mucho que ver. Y a veces hay que cuidarla como si de un niño se tratase. Recuerdo a mi padre almacenándolas en un cuarto sobre un palé para que no estuviesen encontacto directo con el suelo. poniéndoles una estufa y tapándolas con mantas militares para que echasen brotes y estuviesen tiernas y en su mejor momento para freir”, indica el churrero.
Una de las anécdotas más curiosas de estos más de 80 años de oficio, recuerda Cózar, fue cuando a su padre le vino una inspección de Hacienda porque los kilos de patatas comprados eran muchos más de los que finalmente se vendían en el establecimiento. Las explicaciones dadas por el churrero desde una aplastante lógica finalmente satisfacieron al inspector y todo quedó en nada.
“Mi padre le tuvo que explicar que de cada saco de papas de 50 kilos que se compraba apenas daba para hacer nueve kilos o nueve kilos y medios de papas fritas. En el mismo transporte y con el tiempo y los cambios dde clima la papa pierde algo de peso, luego cuando se pela y se retiran las imperfecciones vuelve a perder peso, cuando se cortan pasa lo mismo y ya cuando se fríe el prducto final tiene un peso muy ligero. Por eso poco tienen que ver los 50 kilos de cada saco con el peso de las bolsas de papas fritas que salen de él”, puntualiza Cózar.
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