El último vestigio de la Fábrica de San Carlos
Antiguos trabajadores de la factoría emprenden una campaña para salvar la única muestra que queda de su pasado
Más que de patrimonio es una cuestión de memoria. Un grupo de antiguos trabajadores de la desaparecida Fábrica de San Carlos (FSC) -auténticos veteranos y testigos del mejor pasado industrial de La Isla- ha emprendido una campaña para rescatar los cañones que languidecen en el solar que se extiende donde antes se levantaba la escuela de artillería y dirección de tiro de la Armada, Janer. Les preocupa su lamentable estado de conservación, que se ha acelerado tras la demolición del recinto que ahora está en manos de Zona Franca y donde se proyecta levantar un parque comercial y empresarial. Si nadie actúa -advierten- es más que probable que estas piezas se pierdan o terminen convertidas en simple chatarra. De hecho, lamentan, su degradación avanza inexorablemente a medida que pasan los días, como se aprecia incluso con un simple vistazo desde la autovía.
Las piezas -sobre todo una de ellas, el montaje doble que perteneció al destructor Oquendo- importan. Este grupo de antiguos operarios de FSC lleva semanas llamando a las puertas de los despachos para hacérselo ver a todo el que ha querido prestar oídos a su causa. Pretenden una solución, que necesariamente tiene que venir de los responsables políticos.
No se trata de que las piezas sean una maravilla técnica o de una joya industrial de la época -que también podría ser el caso- sino de una cuestión más emotiva: estos cañones, casi con toda probabilidad, son el último vestigio que queda de la extinta Fábrica de San Carlos, ejemplo y testimonio de la grandeza que alcanzó la factoría allá por la década de los 50 del siglo pasado, antes de que comenzara el progresivo declive que concluyó en 1999 con el peor final posible, su desaparición.
Ése es su valor, que es lo único que queda de FSC. Y por ello insisten en la necesidad de intervenir para rescatarlo del olvido al que están sometidos estos cañones en el Janer. Hoy, la antigua escuela de artillería -donde las piezas estuvieron expuestas durante décadas al caer en desuso-se ha convertido también en un solar, exactamente igual que la antigua factoría de la que salieron hace más de medio siglo. Los antiguos operarios que vieron cómo se fabricaron estos cañones y que hoy intentan evitar su desaparición no se resisten a poner de manifiesto esta trágica coincidencia.
¿Y por qué rescatar estas piezas? No es simple nostalgia. Es algo más. "Detrás de esos cañones está la historia de la Fábrica de San Carlos. Y detrás de San Carlos está la historia de miles de trabajadores. Y detrás de ellos, la de miles de familias de La Isla durante 90 años de vida", argumentan. Es sencillo. Recuperar los cañones y exhibirlos en algún sitio no es sino rescatar y cumplir con la memoria histórica del San Fernando del siglo XX, con ese pasado industrial épico del que hoy apenas quedan los rescoldos.
Es cierto -recuerdan- que en una rotonda del polígono de Fadricas se conserva también una antiguo taladro industrial de grandes dimensiones que procedía de FSC. Pero aquello es diferente. Es una herramienta. Y los cañones -especialmente el montaje doble de artillería que se utilizó para los destructores del tipo Oquendo- constituyen todo un ejemplo de lo que la factoría era capaz de hacer en sus mejeros tiempos. El último ejemplo, además.
Para contar la historia de los cañones olvidados en el solar de Janer hay que remontarse a los años 50 del siglo XX. Un detallado informe elaborado por un ingeniero naval que colabora con este grupo de antiguos operarios de San Carlos explica cómo se llegaron a fabricar estas piezas en La Isla y da buena cuenta de su importancia industrial.
Por entonces, resalta el documento, la Armada proyectaba construir en Ferrol una serie de ocho cañoneros tipo Pizarro de unas 1.710 toneladas de desplazamiento. Para su armamento se contaba con cañones de calibre de 105 milímetros de origen alemán. Pero dada la situación de la industria germana tras la segunda Guerra Mundial resultó imposible.
Fue entonces cuando la Fábrica de San Carlos, de la Sociedad Española de Construcciones Naval, apareció en escena. Basándose en los cañones que artillaron los destructores de la serie Antequera, que habían salido todos de esta factoría, se estaba desarrollando un montaje doble del mismo calibre, aunque con un diseño totalmente distinto. El montaje, que se denominó NG48, se probó con éxito en el polígono de Torregorda y la Marina lo instaló en cada uno de los cañoneros de la serie a partir de 1953. En su construcción trabajó un equipo muy cualificado de jefes de taller, maestros, operadores de máquinas, ajustadores y montadores. Eran lo mejor de FSC.
Pero tuvieron una corta vida. La historia volvió a cambiar tras los acuerdos que se alcanzaron con los Estados Unidos para montar las direcciones de tiro MK37, lo que obligó -a partir de 1958- a desmontar toda la serie NG48 porque era incompatible con el sistema norteamericano. En FSC se desarrolló otro montaje -el NG53- que paradójicamente era inferior a su precedente en algunas de sus características (velocidad, grado de elevación...). Estas piezas fueron las que se instalaron a principios de los 60 en los tres destuctores del tipo Oquendo que se estaban construyendo en Ferrol y que, luego, al quedar en desuso se trasladaron a la escuela de artillería de Janer. Eso explica la importancia que tiene también la pieza que se conserva en esta explanada para los antiguos trabajadores de la fábrica. Es su historia, la historia de la Fábrica de San Carlos. Su último vestigio.
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